Os dejo hoy una sorpresa que os gustará: vuestros mitos recogidos en este libro digital. Lo he dividido por temas para que os resulte más fácil su lectura: mitos sobre el origen de los cuatro elementos, mitos de animales y humanos, sobre el origen de ciertos objetos, sobre algunos entretenimientos... A mí me han encantado vuestros relatos y por eso, quiero compartirlos con todos vosotros para que también disfrutéis de su lectura. Enhorabuena por vuestras historias... Sólo me queda introducir las narraciones... Hace muchos años...
jueves, 13 de febrero de 2014
lunes, 27 de enero de 2014
EL ESPERPENTO
MAX.-Los ultraístas son unos farsantes. El esperpentismo lo ha inventado Goya. Los héroes clásicos han ido a pasearse en el callejón del Gato.
DON LATINO.- ¡Estás completamente curda!
MAX.-Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento. El sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada.
DON LATINO.-¡Miau! ¡Te estás contagiando!
MAX.-España es una deformación grotesca de la civilización europea.
DON LATINO.-¡Pudiera! Yo me inhibo.
MAX.-Las imágenes más bellas en un espejo cóncavo son absurdas.
DON LATINO.-Conforme. Pero a mí me divierte mirarme en los espejos de la calle del Gato.
MAX.-Y a mí. La deformación deja de serlo cuando está sujeta a una matemática perfecta. Mi estética actual es transformar con matemática de espejo cóncavo las normas clásicas.
DON LATINO.- ¡Eres genial! ¡Me quito el cráneo!
MAX.-Latino, deformemos la expresión en el mismo espejo que nos deforma las caras y toda la vida miserable de España.
DON LATINO.-Nos mudaremos al callejón del Gato.
Para conocer más sobre esta calle madrileña, sus famosos espejos y la obra de Valle-Inclán pincha en Madrid a fondo:
Es Miércoles de Ceniza.
Fin de Carnaval.
Tarde de lluvia inverniza
Reza el Funeral (...)
Los pingos de Colombina
Derraman su olor
De pacholí y sobaquina.
¡Y vaya calor!
Un Pierrot junta en la tasca
Su blanco de zin,
Con la pintada tarasca
De blanco y carmín.
Al pie de un farol, sus flores
Abre el pañolón
De la chula: Sus colores
Alegrías son.
¡Cómo la moza garbea
Y mueve el pay-pay!
¡Cómo sus flecos ondea
En el guirigay!
El curdela narigudo
Blande un escobón:
-Hollín, chistera, felpudo,
Nariz de cartón-.
En el arroyo da el curda
Su grito soez,
Y otra destrozona absurda
Bate un almirez.
Latas, sartenes, calderos,
Pasan en ciclón:
La luz se tiende a regueros
Sobre el pelotón.
Y bajo el foco de Volta,
Da cita el Marqués
A un soldado de la Escolta,
¡Talla de seis pies!
Juntan su hocico los perros
En la oscuridad:
Se lamentan de los yerros
De la Humanidad.
Por la tarde gris y fría
Pasa una canción
Triste. La melancolía
De un acordeón.
Los faroles de colores
Prende el vendaval.
Vierte el confetti sus flores
En el lodazal.
Absurda tarde. Macabra
Mueca de dolor.
Se ha puesto el Pata de Cabra
Mitra de Prior.
Incerteza vespertina,
Lluvia y vendaval:
Entierro de la sardina,
Fin de Carnaval.
TEXTOS DEL 98: AZORÍN Y BAROJA
"No puede ver el mar la
solitaria y melancólica Castilla. Está muy lejos el mar de estas campiñas
llanas, rasas, yermas, polvorientas; de estos barrancales pedregosos; de estos
terrazgos rojizos, en que los aluviones torrenciales han abierto hondas mellas;
mansos alcores y terreros, desde donde se divisa un caminito que va en zigzag
hasta un riachuelo.
Las auras marinas no
llegan hasta esos poblados pardos de casuchas deleznables, que tienen un
bosquecillo de chopos junto al ejido. Desde la ventana de este sobrado, en lo
alto de la casa, no se ve la extensión azul y vagarosa; se columbra allá en una
colina con los cipreses rígidos, negros, a los lados, que destacan sobre el
cielo límpido. A esta olmeda que se abre a la salida de la vieja ciudad no
llega el rumor rítmico y ronco del oleaje; llega en el silencio de la mañana,
en la paz azul del mediodía, el cacareo metálico, largo, de un gallo, el
golpear sobre el yunque de una herrería.
Estos labriegos secos, de
faces polvorientas, cetrinas, no contemplan el mar; ven la llanada de las
mieses, miran sin verla la largura monótona de los surcos en los bancales.
Estas viejecitas de luto, con sus manos pajizas, sarmentosas, no encienden
cuando llega el crepúsculo una luz ante la imagen de una Virgen que vela por
los que salen en las barcas; van por las callejas pinas y tortuosas a las
novenas, miran al cielo en los días borrascosos y piden, juntando sus manos, no
que se aplaquen las olas, sino que las nubes no despidan granizos asoladores. " Castilla (Fragmento)
Tenía Andrés cierta ilusión por el nuevo curso, iba a estudiar Fisiología y creía que el estudio de las funciones de la vida le interesaría tanto o más que una novela; pero se engañó, no fue así.
Primeramente el libro de texto
era un libro estúpido, hecho con recortes de obras francesas y escrito sin
claridad y sin entusiasmo, leyéndolo no se podía formar una idea clara del
mecanismo de la vida [..] Luego, el catedrático era hombre sin ninguna
afición a lo que explicaba [..]
Era imposible que con aquel
texto y aquel profesor llegara nadie a sentir el deseo de penetrar en la
ciencia de la vida. [..] Hurtado tuvo una verdadera decepción.
Era indispensable tomar la Fisiología como todo lo demás, sin
entusiasmo, como uno de los obstáculos que salvar para concluir la
carrera". El árbol de la
ciencia.
domingo, 26 de enero de 2014
TEXTOS DE MIGUEL DE UNAMUNO
“Varias veces, en el errabundo curso de estos
ensayos, he definido, a pesar de mi horror a las definiciones, mi propia
posición frente al problema que vengo examinando, pero sé que no faltará nunca
el lector, insatisfecho, educado en un dogmatismo cualquiera, que se dirá:
"Este hombre no se decide, vacila; ahora parece afirmar una cosa, y luego
la contraria: está lleno de contradicciones; no le puedo encasillar; "¿qué
es?". Pues eso, uno que afirma contrarios, un hombre de contradicción y de
pelea, como de sí mismo decía Job: uno que dice una cosa con el corazón y la
contraria con la cabeza, y que hace de esta lucha su vida. Más claro, ni el
agua que sale de la nieve de las cumbres.
Se
me dirá que ésta es una posición insostenible, que hace falta un cimiento en
que cimentar nuestra acción y nuestras obras, que no cabe vivir en contradicciones, que la
unidad y la claridad son condiciones esenciales de la vida y del pensamiento, y
que se hace preciso unificar éste. Y seguimos siempre en lo mismo. Porque es la
contradicción íntima precisamente lo que unifica mi vida, le da razón práctica
de ser.
O más bien es el conflicto mismo, es la misma apasionada incertidumbre lo que
unifica mi acción y me hace vivir y obrar”.
Esa lucha de contradicciones
íntimas le hizo reflexionar mucho sobre el sentido de la vida humana y unido a
esta preocupación se encuentra uno de los grandes temas de su vida y de obra:
el problema de Dios y de la inmortalidad. Sobre este tema se debatió sin cesar,
entre la dudas de la existencia de Dios y el deseo de su existencia. Leed con
atención “La oración del ateo”, en la
que encontramos a un Unamuno que desea creer en Dios, ya que la existencia de
Dios haría posible su propia inmortalidad:
Oye mi ruego Tú, Dios que no existes,
y en
tu nada recoge estas mis quejas,
Tú
que a los pobres hombres nunca dejas
sin
consuelo de engaño. No resistes
a nuestro ruego y nuestro anhelo vistes.
Cuando Tú de mi
mente más te alejas,
más recuerdo las
plácidas consejas
con que mi ama
endulzóme noches tristes.
¡Qué grande eres, mi Dios! Eres tan
grande
que no eres sino
Idea; es muy angosta
la realidad por
mucho que se expande
para abarcarte. Sufro yo a tu costa,
Dios no
existente, pues si Tú existieras
existiría yo
también de veras.
Esta preocupación existencial
aparece también en las novelas unamunianas. A continuación, os dejo un
fragmento del capítulo XXXI de Niebla (1914)
en el que el protagonista de la obra, Augusto, decide suicidarse pero no puede
hacerlo porque es sólo un ente de ficción creado por Unamuno. Observad la
conversación que mantienen el autor y su personaje:
––“¡No, no te muevas! ––le ordené.
––Es que... es que... ––balbuceó.
––Es que tú no puedes suicidarte, aunque
lo quieras.
––¿Cómo? ––exclamó al verse de tal modo
negado y contradicho.
––Sí. Para que uno se pueda matar a sí
mismo, ¿qué es menester? ––le pregunté.
––Que tenga valor para hacerlo ––me contestó.
––No ––le dije––, ¡que esté vivo!
––¡Desde luego!
––¡Y tú no estás vivo!
––¿Cómo que no estoy vivo?, ¿es que me
he muerto? ––y empezó, sin darse clara cuenta de lo que
hacía, a palparse a sí mismo.
––¡No, hombre, no! ––le
repliqué––. Te dije antes que no estabas ni despierto ni dormido, y ahora te
digo que no estás ni muerto ni vivo.
––¡Acabe usted de explicarse de una vez,
por Dios!, ¡acabe de explicarse! ––me suplicó consternado––, porque son
tales las cosas que estoy viendo y oyendo esta tarde, que temo volverme loco.
––Pues bien; la verdad es, querido
Augusto ––le dije con la más dulce de mis voces––, que no puedes matarte
porque no estás vivo, y que no estás vivo, ni tampoco muerto, porque no existes...
––¿Cómo que no existo? ––––exclamó.
––No, no existes más que como ente de
ficción; no eres, pobre Augusto, más que un producto de mi fantasía y de las de
aquellos de mis lectores que lean el relato que de tus fingidas venturas y
malandanzas he escrito yo; tú no eres más que un personaje de novela, o de
nivola, o como quieras llamarle. Ya sabes, pues, tu secreto.
Al oír esto quedóse el pobre hombre
mirándome un rato con una de esas miradas perforadoras que parecen atravesar la
mira a ir más allá, miró luego un momento a mi retrato al óleo que
preside a mis libros, le volvió el color y el aliento, fue recobrándose, se
hizo dueño de sí, apoyó los codos en mi camilla, a que estaba arrimado frente a
mí y, la cara en las palmas de las manos y mirándome con una sonrisa en los
ojos, me dijo lentamente:
––Mire usted bien, don Miguel... no sea
que esté usted equivocado y que ocurra precisamente todo lo contrario de lo que
usted se cree y me dice.
––Y ¿qué es lo contrario? ––le pregunté
alarmado de verle recobrar vida propia.
––No sea, mi querido don Miguel
––añadió––, que sea usted y no yo el ente de ficción, el que no existe en
realidad, ni vivo, ni muerto... No sea que usted no pase de ser un pretexto
para que mi historia llegue al mundo...”
Otro de los grandes temas
unamunianos es la preocupación por España, lo que le llevaría a una meditación
sobre su historia, sus gentes y sus tierras. En su colección de ensayos En torno al casticismo nos ofrece su
visión de Castilla, una visión subjetiva en la que el autor vierte sus
sentimientos en el paisaje castellano. En esta obra, Unamuno define su concepto de “intrahistoria”:
“Las olas de la historia, con su rumor y
su espuma que reverbera al sol, ruedan sobre un mar continuo, hondo,
inmensamente más hondo que la capa que ondula sobre un mar silencioso y a cuyo
último fondo no llega el sol. Todo lo que cuentan a diario los periódicos, la
historia toda del «presente momento histórico», no es sino la superficie del
mar, una superficie que se hiela y cristaliza en los libros y registros, y una
vez cristalizada así, una capa dura, no mayor con respecto a la vida
intrahistórica que esta pobre corteza en que vivimos con relación al inmenso
foco ardiente que lleva dentro. Los periódicos nada dicen de la vida silenciosa
de los millones de hombre sin historia que a todas horas del día y en todos los
países del globo se levantan a una orden del sol y van a sus campos a proseguir la oscura y
silenciosa labor cotidiana y eterna, esa labor que como la de las madréporas
suboceánicas echa las bases sobre que se alzan los islotes de la historia.
Sobre el silencio augusto, decía, se apoya y vive el sonido; sobre la inmensa
humanidad silenciosa se levantan los que meten bulla en la historia. Esa vida
intrahistórica, silenciosa y continua como el fondo mismo del mar, es la
sustancia del progreso, la verdadera tradición, la tradición eterna, no la
tradición mentira que suele ir a buscar al pasado enterrado en los libros y
papeles, y monumentos, y piedras”.
Su amor por España es inmenso y de él fue la famosa expresión de “Me duele
España”. Como otros autores del 98,
Unamuno toma como símbolo de España las tierras castellanas, como se aprecia en
este conocido poema unamuniano:
Tú me levantas,
tierra de Castilla
en la rugosa palma de
tu mano,
al cielo que te enciende y te refresca,
al cielo, tu amo.
Tierra
nervuda, enjuta, despejada,
madre
de corazones y de brazos,
toma
el presente en ti viejos colores
del noble antaño.
Con
la pradera cóncava del cielo
lindan
en torno tus desnudos campos,
tiene
en ti cuna el sol y en ti sepulcro
y en ti santuario.
Es
todo cima tu extensión redonda
y
en ti me siento al cielo levantado,
aire
de cumbre es el que se respira
aquí, en tus páramos.
¡Ara
gigante, tierra castellana,
a
ese tu aire soltaré mis cantos,
si
te son dignos bajarán al mundo
desde lo alto!
Suscribirse a:
Entradas (Atom)