martes, 22 de enero de 2013

EL ARCIPRESTE DE HITA: ¿MUJERES Y AFEITES?


El libro de Buen Amor, obra del Arcipreste de Hita, nos sorprende porque en sus páginas confluyen lo religioso con lo profano, lo serio con lo jocoso, lo culto con lo coloquial. Es llamativo que un clérigo aborde el tema del amor en su faceta más humana, "el loco amor" y no sabemos si nos está previniendo de los efectos perniciosos del amor o nos está invitando a disfrutarlo. En el Libro de Buen Amor, hay un pasaje muy conocido que es la conversación que mantiene el Arcipreste con don Amor quien le aleccionará sobre las condiciones que debe tener una mujer para ser bella. Aquí el autor traza el retrato ideal de la mujer medieval:
 Busca mujer hermosa, donosa y lozana
     que no sea muy alta pero tampoco enana;
si pudieres, no quieras amar mujer villana,
pues de amor nada sabe, y es como baüsana.
Busca mujer de talla, de cabeza pequeña,
cabellos amarillos, no teñidos de alheña;
las cejas apartadas, largas, altas, en peña;
ancheta de caderas: ésta es talla de dueña.
Ojos grandes, someros, pintados, relucientes
y de largas pestañas, bien claras y rientes,
las orejas pequeñas, delgadas; para mientes
si tiene el cuello alto, así gusta a las gentes.
La nariz afilada, los dientes menudillos,
iguales y bien blancos, un poco apartadillos,
las encías bermejas, los dientes agudillos,
los labios de la boca bermejos, angostillos.
La su boca pequeña, así, de buena guisa 
su cara sea blanca, sin vello, clara y lisa;
ten, si puedes, mujer que veas sin camisa
que la talla del cuerpo te dirá: ¡esto aguisa! (…)

Contrasta el retrato que hace el Arcipreste con las imágenes tradicionales que ofrecía la Iglesia sobre la mujer: la de la Eva pecadora o la de la Virgen María que representaba la virginidad y la abnegación como madre y esposa. El retrato que nos ofrece este clérigo secular sobre la mujer se aleja de los cánones tradicionales de la iglesia y nos ofrece una mujer más sensual y vitalista, hermosa, maquillada y con conocimientos amorosos. Sigue en su descripción los ideales clásicos: mujer con formas, de piel clara y cabellos rubios, un modelo ideal que no se correspondería con la realidad, ya que en esa época las condiciones de vida eran duras y el uso de cosméticos escaso.

 En este punto resulta también curioso cómo el arcipreste se preocupa de cuestiones relacionadas con la estética como apreciamos en el fragmento anterior: "Busca cabellos amarillos, no teñidos de alheña", "ojos grandes, someros, pintados, relucientes" o "su cara sea blanca, sin vello, clara y lisa" o posteriormente cuando la famosa Trotaconventos entra en la casa de una chica joven con la excusa de vender afeites y polvos.

Algunas de mis alumnas se han sorprendido al descubrir que en aquella época también se utilizaban cosméticos y eso lo han descubierto gracias a Juan Ruiz. Pues sí, chicas, el uso de cosméticos no es algo nuevo,  ya que se vienen utilizando desde el Paleolítico. Es cierto que al principio los cosméticos se empleaban como medios de protección o como una forma de mostrar jerarquía pero con el paso de los siglos se convirtieron en medios de embellecimiento. Los sumerios realizaban ungüentos y afeites, los babilonios comercializaban perfumes y esencias aromáticas pero fueron los egipcios quienes alcanzaron mayor esplendor en la fabricación de cosméticos: cremas y afeites elaborados con leche de burra, tónicos para la piel, ungüentos blanqueadores o antiarrugas, uso de alheña o aceite de nuez para mantener el pelo oscuro y brillante, sombras de ojos azules y verdes realizados a partir de piedras como el lapislázuli o la malaquita...

     En Grecia se desarrolló una gran industria en torno a los productos de belleza, los perfumes, los bálsamos y ungüentos... El rímel lo elaboraban con una mezcla de goma y hollín y las mujeres se pintaban las mejillas con pastas vegetales de bayas y semillas, utilizaban alheña para teñir de rojo las uñas y hacían cejas postizas con pelo de cabra teñido. Pero serían los romanos los que establecerían muchos de nuestros hábitos de belleza actuales como el aseo diario, el hábito del afeitado regular para el hombre, el uso de distintos tipos de tintes..Las mujeres romanas suavizaban su piel con baños de leche y salvado, se hacían mascarillas de trigo, habas y arroz mezclados con miel, perfumaban sus cuerpos, etc.

                 

 Como veis, el uso de tintes y polvos naturales para la cara, el cuerpo y el pelo no es algo nuevo y tampoco lo son la sombra de ojos o el carmín de los labios. Pero, en la Edad Media prevaleció la idea de que la belleza femenina era pecaminosa y los clérigos intentaron eliminar las prácticas que permitían estar más atractivas a las mujeres. Resulta, por eso, llamativo que Juan Ruiz en su Libro de Buen Amor no las critique sino que las considere como importantes para la mujer, una prueba más de la modernidad de este eclesiástico. Y es que la Edad Media fue una época en la que se abandonaron los hábitos de higiene, lo que propició muchas enfermedades. Aún así, las mujeres continuaron empleando algunos tipos de maquillajes, las nobles se depilaban las cejas y se pintaban los labios de color rojo oscuro con tintes vegetales, se ponían mascarillas de raíces de espárragos y leche de cabra...


Será en el Renacimiento cuando aflore de nuevo lo bello y lo agradable de las culturas grecorromanas y orientales, volviendo el gusto por los placeres y belleza. 

jueves, 17 de enero de 2013

COMENTARIO LITERARIO, "EL CLÉRIGO Y LA FLOR"



De un clérigo leemos     que era de sesos ido,
y en los vicios del siglo    fieramente embebido;
pero aunque era loco    tenía un buen sentido:
amaba a la Gloriosa    de corazón cumplido.

Como quiera que fuese    al mal acostumbrado,
en saludarla siempre    era bien acordado;
y no iría a la iglesia,    ni a otro mandado
sin que antes su nombre    no hubiera aclamado

Decir no lo sabría    por qué causa o razón
(nosotros no sabemos    si se lo buscó o non)
dieron sus enemigos    asalto a este varón
y hubieron de matarlo,    déles Dios su perdón.

Los hombres de la villa,    y hasta sus compañeros,
que de lo que pasó    no estaban muy certeros,
afuera de la villa,    entre unos riberos
se fueron a enterrarlo,    mas no entre los diezmeros.

Pesóle a la Gloriosa    por este enterramiento,
porque yacía su siervo    fuera de su convento;
aparecióse a un clérigo    de buen entendimiento
y le dijo que hicieron    un yerro muy violento.

Ya hacía treinta días    que estaba soterrado:
en término tan luengo    podía ser dañado;
dijo Santa María:    «Es gran desaguisado
que yazga mi notario    de aquí tan apartado.

Te mando que lo digas:    di que mi cancelario
no merecía ser    echado del sagrario;
diles que no lo dejen    allí otro treintenario
y que con los demás    lo lleven al osario.»

Preguntóle el clérigo    que yacía adormentado:
«¿Quién eres tú que me hablas?    dime quién me ha mandado,
que cuando dé el mensaje,    me será demandado
quién es el querelloso,    o quién el soterrado».

Díjole la Gloriosa:    «Yo soy Santa María,
madre de Jesucristo    que mamó leche mía;
el que habéis apartado    de vuestra compañía
por cancelario mío    con honra lo tenía.

El que habéis soterrado    lejos del cementerio
y a quien no habéis querido    hacerle ministerio
es quien me mueve a hacerte    todo este reguncerio:
si no lo cumples bien,    corres peligro serio.»

Lo que la dueña dijo    fue pronto ejecutado:
abrieron el sepulcro    como lo había ordenado
y vieron un milagro    no simple, y sí doblado;
este milagro doble    fue luego bien notado.

Salía de su boca,    muy hermosa, una flor,
de muy grande hermosura,    de muy fresco color,
henchía toda la plaza    con su sabroso olor,
que no sentían del cuerpo    ni un punto de hedor.

Le encontraron la lengua    tan fresca, y tan sana
como se ve la carne    de la hermosa manzana:
no la tenía más fresca    cuando a la meridiana
se sentaba él hablando    en medio la quintana.

Vieron que esto pasó    gracias a la Gloriosa,
porque otro no podría    hacer tamaña cosa:
trasladaron el cuerpo,    cantando Specïosa,
más cerca de la iglesia     a tumba más preciosa.

Todo hombre del mundo     hará gran cortesía
si hiciere su servicio     a la Virgo María:
mientras vivo estuviere,      verá placentería
y salvará su alma     al postrimero día.

 (versión modernizada de Daniel Devoto, Ed. Castalia, «Odres Nuevos.», 1976)

  COMENTARIO:

  Localización: Este texto fue escrito por el poeta riojano Gonzalo de Berceo, primer poeta conocido en lengua castellana que desarrolló su obra en el periodo medieval, concretamente en el siglo XIII. Es uno de los autores más representativos del Mester de Clerecía, escuela poética formada por autores cultos que, guiados por su afán didáctico moral, divulgaron temas eruditos y emplearon una métrica regular, la cuaderna vía.

   Las obras de Berceo se pueden clasificar en tres grupos:

. Obras hagiográficas (vidas de santos): Vida de San Millán de la Cogolla, Vida de Santo Domingo de Silos.

. Obras de carácter litúrgico-doctrinal: Del sacrificio de la misa.

. Obras marianas, dedicadas a la Virgen María. En este apartado, la obra más importante es Milagros de Nuestra Señora, colección de veinticinco milagros protagonizados por la Virgen y  precedidos de una introducción alegórica. Los milagros que se narran proceden de fuentes latinas medievales y Berceo lo que hizo fue difundirlos en lengua romance, acercándolos a las gentes sencillas. “El clérigo y la flor” es el milagro III de esta colección y es un milagro de perdón, ya que la Virgen disculpa los pecados del clérigo por la devoción que sentía hacia ella.


   Tema: La Virgen María perdona a un pecador por la devoción que siempre había tenido éste hacia ella y obra el milagro de la flor. El milagro nos muestra cómo la Virgen se muestra muy generosa con aquéllos que le han sido devotos.

. Estructura interna: El milagro “El clérigo y la flor” es un texto escrito en poesía narrativa y, como el resto de los milagros de la obra, sigue un orden cronológico: introducción, nudo y desenlace. El texto lo podemos dividir en varias partes, atendiendo a su contenido:

 - Planteamiento: se presenta al protagonista, un clérigo que tenía muchos vicios pero que era muy devoto de la Virgen María (1-8). En las dos estrofas siguientes el clérigo es asesinado y enterrado en lugar no sagrado (versos 9-16).

 - Intervención de la Virgen María: La Virgen intercede por el pecador y pide a un clérigo que le entierren en lugar sagrado. (versos 17-40).

- Milagro de la flor y reflexión del narrador: Cuando sacan del sepulcro al clérigo se produce el doble milagro: de la boca del clérigo exhumado sale una flor que perfuma su cuerpo y su lengua está fresca como una manzana. (verso 41-52). El narrador muestra el destino final del clérigo y generaliza la enseñanza del milagro: los que son devotos a la Virgen salvarán su alma (versos 53-60).

. Estructura externa: Este texto es un ejemplo de la poesía narrativa del Mester de Clerecía en el que se transmite una enseñanza moral a través del ejemplo del clérigo. Pero además de la narración, Berceo emplea la descripción y el diálogo para acercar la historia al público. Este poema narrativo está compuesto de doce estrofas que presentan regularidad métrica. Se trata de cuadernas vías, estrofas de cuatro versos alejandrinos (catorce sílabas métricas con cesura interna), da arte mayor que riman entre sí en consonante (AAAA), siendo muy utilizadas por los autores del Mester de Clerecía.

. Análisis literario (relación fondo-forma, análisis estilístico y características del Mester de Clerecía presentes en el texto):

   El milagro “El clérigo y la flor” está relatado por un narrador en tercera persona omnisciente, que conoce completamente a sus personajes. Desde el primer verso, “De un clérigo leemos que era de sesos ido”, apreciamos como Berceo parte de un texto escrito, es decir, él no es original en los temas (que eran tomados de historias marianas escritas en latín) pero sí supo modificar, ampliar y enriquecer sus modelos, difundiendo en lengua romance las historias escritas en latín.  Para ello, Berceo empleó una lengua sencilla, familiar y cercana a las gentes.


  En las dos primeras estrofas, Berceo nos describe a un clérigo que no es un modelo a seguir,  ya que es un pecador “en los vicios del siglo fieramente embebido”, pero a pesar de sus defectos tenía una gran virtud, “amaba a la Gloriosa de corazón cumplido”.

   En las estrofas siguientes (del verso 9 al 16), el narrador relata cómo el clérigo, tras ser asesinado por sus enemigos, fue enterrado por los hombres de la villa (e incluso por sus propios compañeros) “entre unos riberos”, fuera de la tierra sagrada (“mas no entre los diezmeros”). Podemos apreciar como Berceo no se detiene a enjuiciar la conducta del clérigo (“nosotros no sabemos si se lo buscó o non) sino que sólo nos ofrece los hechos que sucedieron y muestra la decisión de la gente del pueblo: enterrar al vicioso clérigo fuera del camposanto. En principio, parece que la decisión tomada por ellos es la más adecuada, ya que el difunto era un gran pecador. Sin embargo, Berceo adopta una postura afectiva, mostrando un desenlace muy distinto al que cabía esperar: la Virgen intercede por el pecador y lo salva.

  La Gloriosa aparece en el verso 17, pidiéndole a “un clérigo de buen entendimiento “que entierren en lugar sagrado al monje pecador. Berceo introduce el estilo directo con la conversación entre la Virgen María y el clérigo que debe dar el encargo dictado por la Virgen. El empleo del diálogo sirve para acercar más la historia al público, enmarcándola en un ambiente cotidiano y familiar. La Gloriosa ordena que el clérigo pecador sea enterrado en lugar sagrado y cuándo le pregunta quién es María contesta, “Yo soy Santa María…” Estas citas en estilo directo, recuerdan el estilo oral formulario típico de los cantares de gesta, mostrando cómo los clérigos también empleaban recursos juglarescos para llamar la atención de su auditorio.

 Finalmente, se produce el doble milagro narrado en tercera persona: al clérigo enterrado le sale una flor de la boca que perfuma todo su cuerpo y su lengua está fresca y sana "como se ve la carne de la hermosa manzana". La estrofa final es una reflexión del narrador de carácter general que tiene como finalidad fomentar el culto mariano.

   Este texto, al ser una versión modernizada de Daniel Devoto, no presenta las grafías propias de un texto castellano del siglo XIII. De momento dejamos estos contenidos para cursos posteriores. En el plano fónico destacamos el predominio de la modalidad oracional enunciativa aunque también hay una oración interrogativa en el verso 30,"¿Quién eres tú que me hablas?", pregunta directa que realiza el clérigo a la Virgen y con la que Berceo consigue mayor afectividad y cercanía.
  Observamos también algunas aliteraciones del fonema /s/ en los versos 10 y 13, entre otros. 

   En el plano morfosintáctico, predominan las oraciones simples y sencillas. La narración es en tercera persona con introducción del estilo directo en las intervenciones de la Gloriosa y del clérigo al que le cuenta su mensaje. Este paso de la narración al estilo directo y el verso en el que se presenta la virgen María, "Yo soy Santa María..." nos recuerda el estilo de los cantares de gesta, lo que demuestra que aunque juglaría y clerecía eran oficios distintos, ambos tenían elementos comunes y los clérigos también emplearon recursos juglarescos para acercar sus enseñanzas al público.

   Otra figura destacada en este plano es el polisíndeton de la conjunción “y”, conjunción muy usada en la literatura medieval  con cuya repetición se hace más lento el ritmo del poema.  Además, Berceo emplea  el  hipérbaton, figura con la que manifiesta su influjo del latín y que sirve para intensificar determinados elementos. Podemos encontrar ejemplos de hipérbatos en muchos versos del poema (verso 1, 8, 45).
   Otras figuras del plano gramatical que apreciamos en el texto son la anáfora que aparece en los versos en los que el clérigo pregunta a la Virgen quién es, intensificando la forma quién:

                                «¿Quién eres tú que me hablas?    dime quién me ha mandado,
                                    que cuando dé el mensaje,    me será demandado
                                   quién es el querelloso,    o quién el soterrado».
   
 Comparten este carácter intensificador las estructuras paralelísticas de los versos 35-37, en las que la Virgen reprocha a la gente su mala actuación por apartar al clérigo de zona sagrada:

                                             "el que habéis apartado de vuestra compañía,  
                                               "El que habéis soterrado fuera del cementerio"

  Los epítetos de "hermosa flor" o sabroso olor" que aparecen en las estrofas finales le sirven al  autor para magnificar el milagro realizado por la Gloriosa.

   En el plano léxico, hay ejemplos de algunas metonimias como en el verso 1 ("era de sesos idos" por "locura"), verso 16 ( "se fueron a enterrarlo, mas no entre los diezmeros", diezmeros para referirse a fieles), expresiones coloquiales que sirven para acercar la enseñanza al público. Con esta misma finalidad, Berceo utiliza el símil en "le encontraron la lengua tan fresca, y tan sana/como se ve la carne de la hermosa manzana" donde compara la frescura de su lengua con la carne de una manzana, un fruta común que hace más cercana la reflexión a las gentes sencillas. Las sinestesias de "fresco color" o "sabroso olor" le sirven al autor para magnificar el milagro realizado por la virgen.

   El milagro “El clérigo y la flor” es un texto típico del Mester de Clerecía del siglo XIII y se ajusta a las características propias de la escuela:

   . Los textos del Mester de Clerecía narran historias encaminadas a ensalzar modelos de conductas o a transmitir una enseñanza moral a través de un ejemplo. En este milagro, con el ejemplo del clérigo pecador, Berceo nos demuestra que incluso los pecadores pueden ser salvados si han sido devotos a la Virgen María.

  . El tema es de carácter religioso.

  . La finalidad del texto es didáctica y moralizadora: los clérigos escribían sus obras con intención de instruir a sus fieles y aleccionarlos en las verdades de la fe cristiana. Para ello empleaban ejemplos amenos con un estilo popular para que el auditorio se sintiera identificados con ellos.

. Empleo de la lengua vulgar: los clérigos eran hombres cultos que escribían y conocían el latín pero empleaban la lengua romance (el castellano) para enseñar a sus feligreses.

. Uso de la cuaderna vía.

. Fidelidad a la fuente escrita. La técnica en la composición de sus obras consistía en la utilización de un texto base pero los clérigos ampliaban el texto, lo abreviaban, incluían disgresiones… La referencia a las fuentes escritas se manifiesta en este milagro en el verso uno.

. Lenguaje más cuidado y selecto que el de los juglares, como corresponde a autores más cultos. En el milagro podemos apreciar formas más cultas conviviendo con otras más coloquiales. Pero, también los clérigos empleaban fórmulas juglarescas con el objetivo de acercar sus obras al auditorio: llamadas de atención al oyente, intervención de los personajes en estilo directo como apreciamos en este milagro, etc.


     Análisis lingüístico
  En el milagro predominan los sustantivos concretos relacionados con la historia del clérigo, su enterramiento y el milagro de la virgen. Los adjetivos que aparecen el poema son adjetivos calificativos con carácter valorativo: "fieramente embebido",  "yerro muy violento", "peligro serio", "hermosa flor", grande hermosura, fresco color...   También los adverbios empleados sirven para valorar y matizar el sentido de los adjetivos a los que acompañan como en "fieramente embebido", "tan luengo" o "muy hermosa, muy grande hermosura".

  En el poema adquieren gran importancia las formas verbales de pasado: verbos en pretérito imperfecto (era, amaba, yacía...) y en pretérito perfecto simple (dieron, pasó, apareciose, dijo, abrieron...) que nos muestran la historia de este pecador perdonado por la Virgen. Pero, junto con las formas de pasado, Berceo ha sabido integrar el tiempo presente con el diálogo que mantienen la Gloriosa y el clérigo al que se le aparece para que entierren en lugar sagrado al pecador:   "Te mando que lo digas: di que mi cancelario/
no merecía ser echado del sagrario", "¿Quién eres tú que me hablas?..", "Yo soy santa María..." o "si no cumples bien corres peligro serio". De esta forma, con el empleo del presente la conversación se hace más cercana a nosotros, más coloquial y directa.

  El poema, en general, emplea oraciones simples, asequibles a un público sencillo. Y también para conectar con este público, Berceo emplea un estilo coloquial con expresiones como"un clérigo era de sesos ido", humanizando a la virgen María que, como cualquier madre, dio de mamar a su hijo, "yo soy Santa María / madre de Jesucristo que mamó leche mía", o haciendo referencia a elementos naturales como la flor o la manzana. Pero, junto con este registro popular, Berceo utiliza expresiones más cultas: soterrado, luengo, osario, cancelario, querelloso, adormentado, treintenario, Speciosa, postrimero, etc. Por lo tanto, Berceo combina el nivel culto (reflejo de su condición de eclesiástico y hombre culto) con el nivel más coloquial (para acercar la doctrina cristiana a las gentes sencillas). 

   Conclusión
   En este milagro, Berceo persigue una intención didáctica como en toda su obra, transmitiendo la doctrina cristiana de una manera sencilla para que llegara al pueblo. Nos muestra cómo la devoción a la Virgen es recompensada, ya que el clérigo de esta historia aunque era un gran pecador siempre fue fiel a la Virgen y la Gloriosa le salvará por su devoción. El texto se ajusta a todas las características del Mester de Clerecía señaladas anteriormente y nos muestra el buen hacer de Berceo, un clérigo culto con plena conciencia de su estilo que supo aclimatar los textos cultos para las gentes sencillas, presentando estructuras organizativas claras y empleando un lenguaje ingenuo y realista dotado de gran fuerza dramática. La sencillez y la  naturalidad son sus principales logros, porque como dice Benito Somalo, “La religiosidad de Berceo no se manifiesta en elevadas teologías, sino en una  familiaridad, tierna y humana”. 

martes, 15 de enero de 2013

CUENTOS DE "EL CONDE LUCANOR"


LO QUE SUCEDIÓ A UN HOMBRE BUENO CON SU HIJO


Otra vez, hablando el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, le dijo que estaba muy preocupado por algo que quería hacer, pues, si acaso lo hiciera, muchas personas encontrarían motivo para criticárselo; pero, si dejara de hacerlo, creía él mismo que también se lo podrían censurar con razón. Contó a Patronio de qué se trataba y le rogó que le aconsejase en este asunto.

-Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, ciertamente sé que encontraréis a muchos que podrían aconsejaros mejor que yo y, como Dios os hizo de buen entendimiento, mi consejo no os hará mucha falta; pero, como me lo habéis pedido, os diré lo que pienso de este asunto. Señor Conde Lucanor -continuó Patronio-, me gustaría mucho que pensarais en la historia de lo que ocurrió a un hombre bueno con su hijo.
El conde le pidió que le contase lo que les había pasado, y así dijo Patronio:

-Señor, sucedió que un buen hombre tenía un hijo que, aunque de pocos años, era de muy fino entendimiento. Cada vez que el padre quería hacer alguna cosa, el hijo le señalaba todos sus inconvenientes y, como hay pocas cosas que no los tengan, de esta manera le impedía llevar acabo algunos proyectos que eran buenos para su hacienda. Vos, señor conde, habéis de saber que, cuanto más agudo entendimiento tienen los jóvenes, más inclinados están a confundirse en sus negocios, pues saben cómo comenzarlos, pero no saben cómo los han de terminar, y así se equivocan con gran daño para ellos, si no hay quien los guíe. Pues bien, aquel mozo, por la sutileza de entendimiento y, al mismo tiempo, por su poca experiencia, abrumaba a su padre en muchas cosas de las que hacía. Y cuando el padre hubo soportado largo tiempo este género de vida con su hijo, que le molestaba constantemente con sus observaciones, acordó actuar como os contaré para evitar más perjuicios a su hacienda, por las cosas que no podía hacer y, sobre todo, para aconsejar y mostrar a su hijo cómo debía obrar en futuras empresas.
»Este buen hombre y su hijo eran labradores y vivían cerca de una villa. Un día de mercado dijo el padre que irían los dos allí para comprar algunas cosas que necesitaban, y acordaron llevar una bestia para traer la carga. Y camino del mercado, yendo los dos a pie y la bestia sin carga alguna, se encontraron con unos hombres que ya volvían. Cuando, después de los saludos habituales, se separaron unos de otros, los que volvían empezaron a decir entre ellos que no les parecían muy juiciosos ni el padre ni el hijo, pues los dos caminaban a pie mientras la bestia iba sin peso alguno. El buen hombre, al oírlo, preguntó a su hijo qué le parecía lo que habían dicho aquellos hombres, contestándole el hijo que era verdad, porque, al ir el animal sin carga, no era muy sensato que ellos dos fueran a pie. Entonces el padre mandó a su hijo que subiese en la cabalgadura.

»Así continuaron su camino hasta que se encontraron con otros hombres, los cuales, cuando se hubieron alejado un poco, empezaron a comentar la equivocación del padre, que, siendo anciano y viejo, iba a pie, mientras el mozo, que podría caminar sin fatigarse, iba a lomos del animal. De nuevo preguntó el buen hombre a su hijo qué pensaba sobre lo que habían dicho, y este le contestó que parecían tener razón. Entonces el padre mandó a su hijo bajar de la bestia y se acomodó él sobre el animal.

»Al poco rato se encontraron con otros que criticaron la dureza del padre, pues él, que estaba acostumbrado a los más duros trabajos, iba cabalgando, mientras que el joven, que aún no estaba acostumbrado a las fatigas, iba a pie. Entonces preguntó aquel buen hombre a su hijo qué le parecía lo que decían estos otros, replicándole el hijo que, en su opinión, decían la verdad. Inmediatamente el padre mandó a su hijo subir con él en la cabalgadura para que ninguno caminase a pie.

»Y yendo así los dos, se encontraron con otros hombres, que comenzaron a decir que la bestia que montaban era tan flaca y tan débil que apenas podía soportar su peso, y que estaba muy mal que los dos fueran montados en ella. El buen hombre preguntó otra vez a su hijo qué le parecía lo que habían dicho aquellos, contestándole el joven que, a su juicio, decían la verdad. Entonces el padre se dirigió al hijo con estas palabras:

»-Hijo mío, como recordarás, cuando salimos de nuestra casa, íbamos los dos a pie y la bestia sin carga, y tú decías que te parecía bien hacer así el camino. Pero después nos encontramos con unos hombres que nos dijeron que aquello no tenía sentido, y te mandé subir al animal, mientras que yo iba a pie. Y tú dijiste que eso sí estaba bien. Después encontramos otro grupo de personas, que dijeron que esto último no estaba bien, y por ello te mandé bajar y yo subí, y tú también pensaste que esto era lo mejor. Como nos encontramos con otros que dijeron que aquello estaba mal, yo te mandé subir conmigo en la bestia, y a ti te pareció que era mejor ir los dos montados. Pero ahora estos últimos dicen que no está bien que los dos vayamos montados en esta única bestia, y a ti también te parece verdad lo que dicen. Y como todo ha sucedido así, quiero que me digas cómo podemos hacerlo para no ser criticados de las gentes: pues íbamos los dos a pie, y nos criticaron; luego también nos criticaron, cuando tú ibas a caballo y yo a pie; volvieron a censurarnos por ir yo a caballo y tú a pie, y ahora que vamos los dos montados también nos lo critican. He hecho todo esto para enseñarte cómo llevar en adelante tus asuntos, pues alguna de aquellas monturas teníamos que hacer y, habiendo hecho todas, siempre nos han criticado. Por eso debes estar seguro de que nunca harás algo que todos aprueben, pues si haces alguna cosa buena, los malos y quienes no saquen provecho de ella te criticarán; por el contrario, si es mala, los buenos, que aman el bien, no podrán aprobar ni dar por buena esa mala acción. Por eso, si quieres hacer lo mejor y más conveniente, haz lo que creas que más te beneficia y no dejes de hacerlo por temor al qué dirán, a menos que sea algo malo, pues es cierto que la mayoría de las veces la gente habla de las cosas a su antojo, sin pararse a pensar en lo más conveniente.

»Y a vos, Conde Lucanor, pues me pedís consejo para eso que deseáis hacer, temiendo que os critiquen por ello y que igualmente os critiquen si no lo hacéis, yo os recomiendo que, antes de comenzarlo, miréis el daño o provecho que os puede causar, que no os confiéis sólo a vuestro juicio y que no os dejéis engañar por la fuerza de vuestro deseo, sino que os dejéis aconsejar por quienes sean inteligentes, leales y capaces de guardar un secreto. Pero, si no encontráis tal consejero, no debéis precipitaros nunca en lo que hayáis de hacer y dejad que pasen al menos un día y una noche, si son cosas que pueden posponerse. Si seguís estas recomendaciones en todos vuestros asuntos y después los encontráis útiles y provechosos para vos, os aconsejo que nunca dejéis de hacerlos por miedo a las críticas de la gente.

El consejo de Patronio le pareció bueno al conde, que obró según él y le fue muy provechoso.
Y, cuando don Juan escuchó esta historia, la mandó poner en este libro e hizo estos versos que dicen así y que encierran toda la moraleja:

Por críticas de gentes, mientras que no hagáis mal,
buscad vuestro provecho y no os dejéis llevar.



LO QUE SUCEDIÓ A UNA ZORRA CON UN CUERVO QUE TENÍA UN PEDAZO DE QUESO EN EL PICO



Hablando otro día el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, le dijo:
-Patronio, un hombre que se llama mi amigo comenzó a alabarme y me dio a entender que yo tenía mucho poder y muy buenas cualidades. Después de tantos halagos me propuso un negocio, que a primera vista me pareció muy provechoso. Entonces el conde contó a Patronio el trato que su amigo le proponía y, aunque parecía efectivamente de mucho interés, Patronio descubrió que pretendían engañar al conde con hermosas palabras. Por eso le dijo:

-Señor Conde Lucanor, debéis saber que ese hombre os quiere engañar y así os dice que vuestro poder y vuestro estado son mayores de lo que en realidad son. Por eso, para que evitéis ese engaño que os prepara, me gustaría que supierais lo que sucedió a un cuervo con una zorra.

Y el conde le preguntó lo ocurrido.
-Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, el cuervo encontró una vez un gran pedazo de queso y se subió a un árbol para comérselo con tranquilidad, sin que nadie le molestara. Estando así el cuervo, acertó a pasar la zorra debajo del árbol y, cuando vio el queso, empezó a urdir la forma de quitárselo. Con ese fin le dijo:
»-Don Cuervo, desde hace mucho tiempo he oído hablar de vos, de vuestra nobleza y de vuestra gallardía, pero aunque os he buscado por todas partes, ni Dios ni mi suerte me han permitido encontraros antes. Ahora que os veo, pienso que sois muy superior a lo que me decían. Y para que veáis que no trato de lisonjearos, no sólo os diré vuestras buenas prendas, sino también los defectos que os atribuyen. Todos dicen que, como el color de vuestras plumas, ojos, patas y garras es negro, y como el negro no es tan bonito como otros colores, el ser vos tan negro os hace muy feo, sin darse cuenta de su error pues, aunque vuestras plumas son negras, tienen un tono azulado, como las del pavo real, que es la más bella de las aves. Y pues vuestros ojos son para ver, como el negro hace ver mejor, los ojos negros son los mejores y por ello todos alaban los ojos de la gacela, que los tiene más oscuros que ningún animal. Además, vuestro pico y vuestras uñas son más fuertes que los de ninguna otra ave de vuestro tamaño. También quiero deciros que voláis con tal ligereza que podéis ir contra el viento, aunque sea muy fuerte, cosa que otras muchas aves no pueden hacer tan fácilmente como vos. Y así creo que, como Dios todo lo hace bien, no habrá consentido que vos, tan perfecto en todo, no pudieseis cantar mejor que el resto de las aves, y porque Dios me ha otorgado la dicha de veros y he podido comprobar que sois más bello de lo que dicen, me sentiría muy dichosa de oír vuestro canto.

»Señor Conde Lucanor, pensad que, aunque la intención de la zorra era engañar al cuervo, siempre le dijo verdades a medias y, así, estad seguro de que una verdad engañosa producirá los peores males y perjuicios.
»Cuando el cuervo se vio tan alabado por la zorra, como era verdad cuanto decía, creyó que no lo engañaba y, pensando que era su amiga, no sospechó que lo hacía por quitarle el queso. Convencido el cuervo por sus palabras y halagos, abrió el pico para cantar, por complacer a la zorra. Cuando abrió la boca, cayó el queso a tierra, lo cogió la zorra y escapó con él. Así fue engañado el cuervo por las alabanzas de su falsa amiga, que le hizo creerse más hermoso y más perfecto de lo que realmente era.

»Y vos, señor Conde Lucanor, pues veis que, aunque Dios os otorgó muchos bienes, aquel hombre os quiere convencer de que vuestro poder y estado aventajan en mucho la realidad, creed que lo hace por engañaros. Y, por tanto, debéis estar prevenido y actuar como hombre de buen juicio.
Al conde le agradó mucho lo que Patronio le dijo e hízolo así. Por su buen consejo evitó que lo engañaran.
Y como don Juan creyó que este cuento era bueno, lo mandó poner en este libro e hizo estos versos, que resumen la moraleja. Estos son los versos:

Quien te encuentra bellezas que no tienes,
siempre busca quitarte algunos bienes.



LO QUE OCURRIÓ A UN HOMBRE QUE POR POBREZA Y FALTA DE OTRO ALIMENTO COMÍA ALTRAMUCES



Otro día hablaba el Conde Lucanor con Patronio de este modo:
-Patronio, bien sé que Dios me ha dado tantos bienes y mercedes que yo no puedo agradecérselos como debiera, y sé también que mis propiedades son ricas y extensas; pero a veces me siento tan acosado por la pobreza que me da igual la muerte que la vida. Os pido que me deis algún consejo para evitar esta congoja.
-Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, para que encontréis consuelo cuando eso os ocurra, os convendría saber lo que les ocurrió a dos hombres que fueron muy ricos.

El conde le pidió que le contase lo que les había sucedido.
-Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, uno de estos hombres llegó a tal extremo de pobreza que no tenía absolutamente nada que comer. Después de mucho esforzarse para encontrar algo con que alimentarse, no halló sino una escudilla llena de altramuces. Al acordarse de cuán rico había sido y verse ahora hambriento, con una escudilla de altramuces como única comida, pues sabéis que son tan amargos y tienen tan mal sabor, se puso a llorar amargamente; pero, como tenía mucha hambre, empezó a comérselos y, mientras los comía, seguía llorando y las pieles las echaba tras de sí. Estando él con este pesar y con esta pena, notó que a sus espaldas caminaba otro hombre y, al volver la cabeza, vio que el hombre que le seguía estaba comiendo las pieles de los altramuces que él había tirado al suelo. Se trataba del otro hombre de quien os dije que también había sido rico.
»Cuando aquello vio el que comía los altramuces, preguntó al otro por qué se comía las pieles que él tiraba. El segundo le contestó que había sido más rico que él, pero ahora era tanta su pobreza y tenía tanta hambre que se alegraba mucho si encontraba, al menos, pieles de altramuces con que alimentarse. Al oír esto, el que comía los altramuces se tuvo por consolado, pues comprendió que había otros más pobres que él, teniendo menos motivos para desesperarse. Con este consuelo, luchó por salir de su pobreza y, ayudado por Dios, salió de ella y otra vez volvió a ser rico.

»Y vos, señor Conde Lucanor, debéis saber que, aunque Dios ha hecho el mundo según su voluntad y ha querido que todo esté bien, no ha permitido que nadie lo posea todo. Mas, pues en tantas cosas Dios os ha sido propicio y os ha dado bienes y honra, si alguna vez os falta dinero o estáis en apuros, no os pongáis triste ni os desaniméis, sino pensad que otros más ricos y de mayor dignidad que vos estarán tan apurados que se sentirían felices si pudiesen ayudar a sus vasallos, aunque fuera menos de lo que vos lo hacéis con los vuestros.

Al conde le agradó mucho lo que dijo Patronio, se consoló y, con su esfuerzo y con la ayuda de Dios, salió de aquella penuria en la que se encontraba.
Y viendo don Juan que el cuento era muy bueno, lo mandó poner en este libro e hizo los versos que dicen así:

Por padecer pobreza nunca os desaniméis,
porque otros más pobres un día encontraréis.

MÁS CUENTOS DE "EL CONDE LUCANOR"


LO QUE SUCEDIÓ A UN HOMBRE QUE CAZABA PERDICES


Hablaba otra vez el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, y le dijo:
-Patronio, algunos nobles muy poderosos y otros que lo son menos, a veces, hacen daño a mis tierras o a mis vasallos, pero, cuando nos encontramos, se excusan por ello, diciéndome que lo hicieron obligados por la necesidad, sintiéndolo muchísimo y sin poder evitarlo. Como yo quisiera saber lo que debo hacer en tales circunstancias, os ruego que me deis vuestra opinión sobre este asunto.
-Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, lo que me habéis contado, y sobre lo cual me pedís consejo, se parece mucho a lo que ocurrió a un hombre que cazaba perdices.

El conde le pidió que se lo contase.
-Señor conde -dijo Patronio-, había un hombre que tendió sus redes para cazar perdices y, cuando ya había cobrado bastantes, el cazador volvió junto a la red donde estaban sus presas. A medida que las iba cogiendo, las sacaba de la red y las mataba y, mientras esto hacía, el viento, que le daba de lleno en los ojos, le hacía llorar. Al ver esto, una de las perdices, que estaba dentro de la malla, comenzó a decir a sus compañeras:
»-¡Mirad, amigas, lo que le pasa a este hombre! ¡Aunque nos está matando, mirad cómo siente nuestra muerte y por eso llora!
»Pero otra perdiz que estaba revoloteando por allí, que por ser más vieja y más sabia que la otra no había caído en la red, le respondió:
»-Amiga, doy gracias a Dios porque me he salvado de la red y ahora le pido que nos salve a todas mis amigas y a mí de un hombre que busca nuestra muerte, aunque dé a entender con lágrimas que lo siente mucho.
»Vos, señor Conde Lucanor, evitad siempre al que os hace daño, aunque os dé a entender que lo siente mucho; pero si alguno os perjudica, no buscando vuestra deshonra, y el daño no es muy grave para vos, si se trata de una persona a la que estéis agradecido, que además lo ha hecho forzada por las circunstancias, os aconsejo que no le concedáis demasiada importancia, aunque debéis procurar que no se repita tan frecuentemente que llegue a dañar vuestro buen nombre o vuestros intereses. Pero si os perjudica voluntariamente, romped con él para que vuestros bienes y vuestra fama no se vean lesionados o perjudicados.

El conde vio que este era un buen consejo que Patronio le daba, lo siguió y todo le fue bien.
Y viendo don Juan que el cuento era bueno, lo mandó poner en este libro e hizo estos versos:

A quien te haga mal, aunque sea a su pesar,
busca siempre la forma de poderlo alejar.



LO QUE SUCEDIÓ A UNA ZORRA QUE SE TENDIÓ EN LA CALLE Y SE HIZO LA MUERTA

Hablando otro día el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, le dijo así:
-Patronio, un pariente mío vive en un lugar donde le hacen frecuentes atropellos, que no puede impedir por falta de poder, y los nobles de allí querrían que hiciese alguna cosa que les sirviera de pretexto para juntarse contra él. A mi pariente le resulta muy penoso sufrir cuantas afrentas le hacen y está dispuesto a arriesgarlo todo antes que seguir viviendo de ese modo. Como yo quisiera que él hiciera lo más conveniente, os ruego que me digáis qué debo aconsejarle para que viva como mejor pueda en aquellas tierras.
-Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, para que le podáis aconsejar lo que debe hacer, me gustaría que supierais lo sucedido a una zorra que se hizo la muerta.

El conde le preguntó cómo había pasado eso.

-Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, una zorra entró una noche en un corral donde había gallinas y tanto se entretuvo en comerlas que, cuando pensó marcharse, ya era de día y las gentes estaban en las calles. Cuando comprobó que no se podía esconder, salió sin hacer ruido a la calle y se echó en el suelo como si estuviese muerta. Al verla, la gente pensó que lo estaba y nadie le hizo caso.
»Al cabo de un rato pasó por allí un hombre que dijo que los cabellos de la frente de la zorra eran buenos para evitar el mal de ojo a los niños, y, así, le trasquiló con unas tijeras los pelos de la frente.
»Después se acercó otro, que dijo lo mismo sobre los pelos del lomo; después otro, que le cortó los de la ijada; y tantos le cortaron el pelo que la dejaron repelada. A pesar de todo, la zorra no se movió, porque pensaba que perder el pelo no era un daño muy grave.
»Después se acercó otro hombre, que dijo que la uña del pulgar de la zorra era muy buena para los tumores; y se la quitó. La zorra seguía sin moverse.
»Después llegó otro que dijo que los dientes de zorra eran buenos para el dolor de muelas. Le quitó uno, y la zorra tampoco se movió esta vez.
»Por último, pasado un rato, llegó uno que dijo que el corazón de la zorra era bueno para el dolor del corazón, y echó mano al cuchillo para sacárselo. Viendo la zorra que le querían quitar el corazón, y que si se lo quitaban no era algo de lo que pudiera prescindir, y que por ello moriría, pensó que era mejor arriesgarlo todo antes que perder ciertamente su vida. Y así se esforzó por escapar y salvó la vida.

»Y vos, señor conde, aconsejad a vuestro pariente que dé a entender que no le preocupan esas ofensas y que las tolere, si Dios lo puso en una tierra donde no puede evitarlas ni tampoco vengarlas como corresponde, mientras esas ofensas y agravios los pueda soportar sin gran daño para él y sin pérdida de la honra; pues cuando uno no se tiene por ofendido, aunque le afrenten, no sentirá humillación. Pero, en cuanto 
los demás sepan que se siente humillado, si desde ese momento no hace cuanto debe para recuperar su honor, será cada vez más afrentado y ofendido. Y por ello es mejor soportar las ofensas leves, pues no pueden ser evitadas; pero si los ofensores cometieren agravios o faltas a la honra, será preciso arriesgarlo todo y no soportar tales afrentas, porque es mejor morir en defensa de la honra o de los derechos de su estado, antes que vivir aguantando indignidades y humillaciones.

El conde pensó que este era un buen consejo.
Y don Juan lo mandó poner en este libro e hizo estos versos que dicen así:

Soporta las cosas mientras pudieras,
y véngate sólo cuando debieras.



DE LO QUE SUCEDIÓ A UN REY CON LOS PÍCAROS QUE HICIERON LA TELA


 Una vez el conde Lucanor le dijo a Patronio, su consejero: 
-Patronio, un hombre me ha venido a proponer una cosa muy importante y que dice me conviene mucho, pero me pide que no lo diga a ninguna persona por confianza que me inspire, y me encarece tanto el secreto que me asegura que si lo digo toda mi hacienda y hasta mi vida estarán en peligro. Como sé que nadie os podrá decir nada sin que os deis cuenta si es verdad o no, os ruego me digáis lo que os parece esto.

-Señor conde Lucanor -respondió Patronio-, para que veáis lo que, según mi parecer, os conviene más, me gustaría que supierais lo que sucedió a un rey con tres granujas que fueron a estafarle.
El conde le preguntó qué le había pasado.

-Señor conde Lucanor -dijo Patronio-, tres pícaros fueron a un rey y le dijeron que sabían hacer telas muy hermosas y que especialmente hacían una tela que sólo podía ser vista por el que fuera hijo del padre que le atribuían, pero que no podía verla el que no lo fuera. Al rey agradó esto mucho, esperando que por tal medio podría saber quiénes eran hijos de los que aparecían como sus padres y quiénes no, y de este modo aumentar sus bienes, ya que los moros no heredan si no son verdaderamente hijos de sus padres; a los que no tienen hijos los hereda el rey. Éste les dio un salón para hacer la tela.
Dijéronle ellos que para que se viera que no había engaño, podía encerrarlos en aquel salón hasta que la tela estuviese acabada. Esto también agradó mucho al rey, que los encerró en el salón, habiéndoles antes dado todo el oro, plata, seda y dinero que necesitaban para hacer la tela.
Ellos pusieron su taller y hacían como si se pasaran el tiempo tejiendo. A los pocos días fue uno de ellos a decir al rey que ya habían empezado la tela y que estaba saliendo hermosísima; díjole también con qué labores y dibujos la fabricaban, y le pidió que la fuera a ver, rogándole, sin embargo, que fuese solo. Al rey le pareció muy bien todo ello.

Queriendo hacer antes la prueba con otro, mandó el rey a uno de sus servidores para que la viese, pero sin pedirle le dijera luego la verdad. Cuando el servidor habló con los pícaros y oyó contar el misterio que tenía la tela, no se atrevió a decirle al rey que no la habla visto. Después mandó el rey a otro, que también aseguró haber visto la tela. Habiendo oído decir a todos los que había enviado que la habían visto, fue el rey a verla. Cuando entró en el salón vio que los tres pícaros se movían como si tejieran y que le decían: "Ved esta labor. Mirad esta historia. Observad el dibujo y la variedad que hay en los colores." Aunque todos estaban de acuerdo en lo que decían, la verdad es que no tejían nada. Al no ver el rey nada y oír, sin embargo, describir una tela que otros hablan visto, se tuvo por muerto, porque creyó que esto le pasaba por no ser hijo del rey, su padre, y temió que, si lo dijera, perdería el reino. Por lo cual empezó a alabar la tela y se fijó muy bien en las descripciones de los tejedores. Cuando volvió a su cámara refirió a sus cortesanos lo buena y hermosa que era aquella tela y aun les pintó su dibujo y colores, ocultando así la sospecha que había concebido.

A los dos o tres días envió a un ministro a que viera la tela. Antes de que fuese el rey le contó las excelencias que la tela tenía. El ministro fue, pero cuando vio a los pícaros hacer que tejían y les oyó describir la tela y decir que el rey la había visto, pensó que él no la veía por no ser hijo de quien tenía por padre y que si los demás lo sabían quedaría deshonrado. Por eso empezó a alabar su trabajo tanto o más que el rey.
Al volver el ministro al rey, diciéndole que la había visto y haciéndole las mayores ponderaciones de la tela, se confirmó el rey en su desdicha, pensando que si su ministro la veía y él no, no podía dudar de que no era hijo del rey a quien había heredado. Entonces comenzó a ponderar aún más la calidad y excelencia de aquella tela y a alabar a los que tales cosas sabían hacer.

Al día siguiente envió el rey a otro ministro y sucedió lo mismo. ¿Qué más os diré? De esta manera y por el temor a la deshonra fueron engañados el rey y los demás habitantes de aquel país, sin que ninguno se atreviera a decir que no veía la tela. Así pasó la cosa adelante hasta que llegó una de las mayores fiestas del año. Todos le dijeron al rey que debía vestirse de aquella tela el día de la fiesta. Los pícaros le trajeron el paño envuelto en una sábana, dándole a entender que se lo entregaban, después de lo cual preguntaron al rey qué deseaba que le hiciesen con él. El rey les dijo el traje que quería. Ellos le tomaron medidas e hicieron como si cortaran la tela, que después coserían.


Cuando llegó el día de la fiesta vinieron al rey con la tela cortada y cosida. Hiciéronle creer que le ponían el traje y que le alisaban los pliegues. De este modo el rey se persuadió de que estaba vestido, sin atreverse a decir que no veía la tela. Vestido de este modo, es decir, desnudo, montó a caballo para andar por la ciudad. Tuvo la suerte de que fuera verano, con lo que no corrió el riesgo de enfriarse. Todas las gentes que lo miraban y que sabían que el que no veía la tela era por no ser hijo de su padre, pensando que los otros sí la veían, se guardaban muy bien de decirlo por el temor de quedar deshonrados. Por esto todo el mundo ocultaba el que creía que era su secreto. Hasta que un negro, palafrenero del rey, que no tenía honra que conservar, se acercó y le dijo:
-Señor, a mí lo mismo me da que me tengáis por hijo del padre que creí ser tal o por hijo de otro; por eso os digo que yo soy ciego o vos vais desnudo.
El rey empezó a insultarle, diciéndole que por ser hijo de mala madre no veía la tela. Cuando lo dijo el negro, otro que lo oyó se atrevió a repetirlo, y así lo fueron diciendo, hasta que el rey y todos los demás perdieron el miedo a la verdad y entendieron la burla que les habían hecho. Fueron a buscar a los tres pícaros y no los hallaron, pues se habían ido con lo que le habían estafado al rey por medio de este engaño.

Vos, señor conde Lucanor, pues ese hombre os pide que ocultéis a vuestros más leales consejeros lo que él os dice, estad seguro de que os quiere engañar, pues debéis comprender que, si apenas os conoce, no tiene más motivos para desear vuestro provecho que los que con vos han vivido y han recibido muchos beneficios de vuestra mano, y por ello deben procurar vuestro bien y servicio.

El conde tuvo este consejo por bueno, obró según él y le fue muy bien. Viendo don Juan que este cuento era bueno, lo hizo poner en este libro y escribió unos versos que dicen así:

                                            Al que te aconseja encubrirte de tus amigos
                                            le es más dulce el engaño que los higos.

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jueves, 10 de enero de 2013

LETRAS MAYÚSCULAS Y ACENTUACIÓN


Terminamos este primer trimestre repasando las letras mayúsculas y la acentuación. Algunos pensaréis que estando en 3º de ESO es una tontería repasar estos contenidos que son más bien de primaria. Sin embargo, os tengo que decir que seguís sin poner las tildes o las colocáis donde no corresponden y a veces, veo que tampoco acertáis con las mayúsculas. Para resolver todos estos problemillas, os propongo unos ejercicios de refuerzo que os serán de gran utilidad:

   Vamos, en primer lugar, con ejercicios de mayúsculas, para practicar pincha aquí y aquí. Y encontrarás  muchas más actividades aquí.

   Y a continuación, seguimos con la acentuación. Sabéis que un texto sin acentos es un texto con faltas de ortografía (aunque para algunos de vosotros las tildes no son faltas y lo mismo da poner una tilde que no ponerla). Tened en cuenta que una tilde puede cambiar el sentido de una palabra. Por ejemplo, no es lo mismo cántara que cantará y tampoco es lo mismo bebes que bebés. Por lo tanto, los acentos también marcan la diferencia. Para repasar las normas generales de acentuación, pinchad aquí y accederéis a la siguiente presentación, en la que encontraréis no sólo contenidos teóricos sino también ejercicios prácticos: 



   También puedes practicar las reglas básicas de acentuación con Don Quijote y por último un gran reto,¿Sabes dónde colocar las tildes? con muchos ejercicios interactivos. Así que, ¡Ánimo! A repasar la acentuación y a no olvidarnos de las tildes.
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