martes, 22 de enero de 2013

EL ARCIPRESTE DE HITA: ¿MUJERES Y AFEITES?


El libro de Buen Amor, obra del Arcipreste de Hita, nos sorprende porque en sus páginas confluyen lo religioso con lo profano, lo serio con lo jocoso, lo culto con lo coloquial. Es llamativo que un clérigo aborde el tema del amor en su faceta más humana, "el loco amor" y no sabemos si nos está previniendo de los efectos perniciosos del amor o nos está invitando a disfrutarlo. En el Libro de Buen Amor, hay un pasaje muy conocido que es la conversación que mantiene el Arcipreste con don Amor quien le aleccionará sobre las condiciones que debe tener una mujer para ser bella. Aquí el autor traza el retrato ideal de la mujer medieval:
 Busca mujer hermosa, donosa y lozana
     que no sea muy alta pero tampoco enana;
si pudieres, no quieras amar mujer villana,
pues de amor nada sabe, y es como baüsana.
Busca mujer de talla, de cabeza pequeña,
cabellos amarillos, no teñidos de alheña;
las cejas apartadas, largas, altas, en peña;
ancheta de caderas: ésta es talla de dueña.
Ojos grandes, someros, pintados, relucientes
y de largas pestañas, bien claras y rientes,
las orejas pequeñas, delgadas; para mientes
si tiene el cuello alto, así gusta a las gentes.
La nariz afilada, los dientes menudillos,
iguales y bien blancos, un poco apartadillos,
las encías bermejas, los dientes agudillos,
los labios de la boca bermejos, angostillos.
La su boca pequeña, así, de buena guisa 
su cara sea blanca, sin vello, clara y lisa;
ten, si puedes, mujer que veas sin camisa
que la talla del cuerpo te dirá: ¡esto aguisa! (…)

Contrasta el retrato que hace el Arcipreste con las imágenes tradicionales que ofrecía la Iglesia sobre la mujer: la de la Eva pecadora o la de la Virgen María que representaba la virginidad y la abnegación como madre y esposa. El retrato que nos ofrece este clérigo secular sobre la mujer se aleja de los cánones tradicionales de la iglesia y nos ofrece una mujer más sensual y vitalista, hermosa, maquillada y con conocimientos amorosos. Sigue en su descripción los ideales clásicos: mujer con formas, de piel clara y cabellos rubios, un modelo ideal que no se correspondería con la realidad, ya que en esa época las condiciones de vida eran duras y el uso de cosméticos escaso.

 En este punto resulta también curioso cómo el arcipreste se preocupa de cuestiones relacionadas con la estética como apreciamos en el fragmento anterior: "Busca cabellos amarillos, no teñidos de alheña", "ojos grandes, someros, pintados, relucientes" o "su cara sea blanca, sin vello, clara y lisa" o posteriormente cuando la famosa Trotaconventos entra en la casa de una chica joven con la excusa de vender afeites y polvos.

Algunas de mis alumnas se han sorprendido al descubrir que en aquella época también se utilizaban cosméticos y eso lo han descubierto gracias a Juan Ruiz. Pues sí, chicas, el uso de cosméticos no es algo nuevo,  ya que se vienen utilizando desde el Paleolítico. Es cierto que al principio los cosméticos se empleaban como medios de protección o como una forma de mostrar jerarquía pero con el paso de los siglos se convirtieron en medios de embellecimiento. Los sumerios realizaban ungüentos y afeites, los babilonios comercializaban perfumes y esencias aromáticas pero fueron los egipcios quienes alcanzaron mayor esplendor en la fabricación de cosméticos: cremas y afeites elaborados con leche de burra, tónicos para la piel, ungüentos blanqueadores o antiarrugas, uso de alheña o aceite de nuez para mantener el pelo oscuro y brillante, sombras de ojos azules y verdes realizados a partir de piedras como el lapislázuli o la malaquita...

     En Grecia se desarrolló una gran industria en torno a los productos de belleza, los perfumes, los bálsamos y ungüentos... El rímel lo elaboraban con una mezcla de goma y hollín y las mujeres se pintaban las mejillas con pastas vegetales de bayas y semillas, utilizaban alheña para teñir de rojo las uñas y hacían cejas postizas con pelo de cabra teñido. Pero serían los romanos los que establecerían muchos de nuestros hábitos de belleza actuales como el aseo diario, el hábito del afeitado regular para el hombre, el uso de distintos tipos de tintes..Las mujeres romanas suavizaban su piel con baños de leche y salvado, se hacían mascarillas de trigo, habas y arroz mezclados con miel, perfumaban sus cuerpos, etc.

                 

 Como veis, el uso de tintes y polvos naturales para la cara, el cuerpo y el pelo no es algo nuevo y tampoco lo son la sombra de ojos o el carmín de los labios. Pero, en la Edad Media prevaleció la idea de que la belleza femenina era pecaminosa y los clérigos intentaron eliminar las prácticas que permitían estar más atractivas a las mujeres. Resulta, por eso, llamativo que Juan Ruiz en su Libro de Buen Amor no las critique sino que las considere como importantes para la mujer, una prueba más de la modernidad de este eclesiástico. Y es que la Edad Media fue una época en la que se abandonaron los hábitos de higiene, lo que propició muchas enfermedades. Aún así, las mujeres continuaron empleando algunos tipos de maquillajes, las nobles se depilaban las cejas y se pintaban los labios de color rojo oscuro con tintes vegetales, se ponían mascarillas de raíces de espárragos y leche de cabra...


Será en el Renacimiento cuando aflore de nuevo lo bello y lo agradable de las culturas grecorromanas y orientales, volviendo el gusto por los placeres y belleza. 

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