El libro de Buen Amor, obra del Arcipreste de Hita, nos sorprende porque en sus páginas
confluyen lo religioso con lo profano, lo serio con lo jocoso, lo culto con lo
coloquial. Es llamativo que un clérigo aborde el tema del amor en su faceta más
humana, "el loco amor" y no sabemos si nos está previniendo de los
efectos perniciosos del amor o nos está invitando a disfrutarlo. En el Libro
de Buen Amor, hay un pasaje muy conocido que es la conversación que
mantiene el Arcipreste con don Amor quien le aleccionará sobre las condiciones
que debe tener una mujer para ser bella. Aquí el autor traza el retrato ideal
de la mujer medieval:
Busca mujer hermosa, donosa y lozana
que
no sea muy alta pero tampoco enana;
si pudieres, no quieras amar mujer villana,
pues de amor nada sabe, y es como baüsana.
Busca mujer de talla, de cabeza pequeña,
cabellos amarillos, no teñidos de alheña;
las cejas apartadas, largas, altas, en peña;
ancheta de caderas: ésta es talla de dueña.
Ojos grandes, someros, pintados, relucientes
y de largas pestañas, bien claras y rientes,
las orejas pequeñas, delgadas; para mientes
si tiene el cuello alto, así gusta a las gentes.
La nariz afilada, los dientes menudillos,
iguales y bien blancos, un poco apartadillos,
las encías bermejas, los dientes agudillos,
los labios de la boca bermejos, angostillos.
La su boca pequeña, así, de buena guisa
su cara sea blanca, sin vello, clara y lisa;
ten, si puedes, mujer que veas sin camisa
que la talla del cuerpo te dirá: ¡esto aguisa! (…)
Contrasta el retrato que hace el Arcipreste con las imágenes tradicionales
que ofrecía la Iglesia sobre la mujer: la de la Eva pecadora o la de la Virgen
María que representaba la virginidad y la abnegación como madre y esposa. El
retrato que nos ofrece este clérigo secular sobre la mujer se aleja de los
cánones tradicionales de la iglesia y nos ofrece una mujer más sensual y
vitalista, hermosa, maquillada y con conocimientos amorosos. Sigue en su
descripción los ideales clásicos: mujer con formas, de piel clara y cabellos
rubios, un modelo ideal que no se correspondería con la realidad, ya que en esa
época las condiciones de vida eran duras y el uso de cosméticos escaso.
En este punto resulta también curioso cómo el arcipreste se preocupa
de cuestiones relacionadas con la estética como apreciamos en el fragmento
anterior: "Busca cabellos amarillos, no teñidos de alheña",
"ojos grandes, someros, pintados, relucientes" o "su cara sea
blanca, sin vello, clara y lisa" o posteriormente cuando la famosa
Trotaconventos entra en la casa de una chica joven con la excusa de vender
afeites y polvos.
Algunas de mis alumnas se han sorprendido al descubrir que en
aquella época también se utilizaban cosméticos y eso lo han descubierto gracias
a Juan Ruiz. Pues sí, chicas, el uso de cosméticos no es algo nuevo, ya
que se vienen utilizando desde el Paleolítico. Es cierto que al principio
los cosméticos se empleaban como medios de protección o como una forma de
mostrar jerarquía pero con el paso de los siglos se convirtieron en medios de
embellecimiento. Los sumerios realizaban
ungüentos y afeites, los babilonios comercializaban perfumes y esencias
aromáticas pero fueron los egipcios quienes alcanzaron mayor esplendor en la
fabricación de cosméticos: cremas y afeites elaborados con leche de burra,
tónicos para la piel, ungüentos blanqueadores o antiarrugas, uso de alheña o
aceite de nuez para mantener el pelo oscuro y brillante, sombras de ojos azules
y verdes realizados a partir de piedras como el lapislázuli o la malaquita...
En Grecia se desarrolló una gran
industria en torno a los productos de belleza, los perfumes, los bálsamos y
ungüentos... El rímel lo elaboraban con una mezcla de goma y hollín y las
mujeres se pintaban las mejillas con pastas vegetales de bayas y semillas,
utilizaban alheña para teñir de rojo las uñas y hacían cejas postizas con pelo
de cabra teñido. Pero serían los romanos los que establecerían muchos de
nuestros hábitos de belleza actuales como el aseo diario, el hábito del
afeitado regular para el hombre, el uso de distintos tipos de tintes..Las
mujeres romanas suavizaban su piel con baños de leche y salvado, se hacían
mascarillas de trigo, habas y arroz mezclados con miel, perfumaban sus cuerpos,
etc.
Como veis, el uso de tintes y polvos naturales para la
cara, el cuerpo y el pelo no es algo nuevo y tampoco lo son la sombra de ojos o
el carmín de los labios. Pero, en la Edad Media prevaleció la idea de que la
belleza femenina era pecaminosa y los clérigos intentaron eliminar las
prácticas que permitían estar más atractivas a las mujeres. Resulta, por eso,
llamativo que Juan Ruiz en su Libro
de Buen Amor no las critique
sino que las considere como importantes para la mujer, una prueba más de la
modernidad de este eclesiástico. Y es que la Edad Media fue una época en la que
se abandonaron los hábitos de higiene, lo que propició muchas enfermedades. Aún
así, las mujeres continuaron empleando algunos tipos de maquillajes, las nobles
se depilaban las cejas y se pintaban los labios de color rojo oscuro con tintes
vegetales, se ponían mascarillas de raíces de espárragos y leche de cabra...
Será en el Renacimiento cuando aflore de nuevo lo
bello y lo agradable de las culturas grecorromanas y orientales, volviendo el
gusto por los placeres y belleza.
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