1.- POSTBARROCO
Sonetos morales de Diego de Torres Villarroel (influencia quevedesca):
A una dama
2.- ROCOCÓ
Poesías anacreónticas de Juan Meléndez Valdés:-
que escuálida y temblando,
El cuerpo se entorpece, en patitas doradas.
Si esto, pues, nos aguarda, de su púrpura y nácar!
Para juegos y bailes y otra ronda y halaga.
Ven ¡ay! ¿qué te detiene? y en seguirle no tardan.
y entre brindis suaves y otra simple le llama,
.POESÍA.-
De asquerosa materia fui formado,
en grillos de una culpa concebido,
condenado a morir sin ser nacido,
pues estoy no nacido y ya enterrado.
De la estrechez obscura libertado,
salgo informe terrón no conocido,
pues sólo de que aliento es un gemido
meláncolico informe de mi estado.
Los ojos abro, y miro lo primero
que es la esfera también cárcel obscura;
sé que se ha de llegar el fin postrero.
Pues ¿adónde me guía mi locura,
si del ser al morir soy prisionero,
en el vientre, en el mundo y sepultura?
en grillos de una culpa concebido,
condenado a morir sin ser nacido,
pues estoy no nacido y ya enterrado.
De la estrechez obscura libertado,
salgo informe terrón no conocido,
pues sólo de que aliento es un gemido
meláncolico informe de mi estado.
Los ojos abro, y miro lo primero
que es la esfera también cárcel obscura;
sé que se ha de llegar el fin postrero.
Pues ¿adónde me guía mi locura,
si del ser al morir soy prisionero,
en el vientre, en el mundo y sepultura?
A una dama
Nace el sol derramando su hermosura,
pero pronto en el mar busca el reposo,
pero pronto en el mar busca el reposo,
¡oh condición instable de lo hermoso,
que en el cielo también tan poco dura!
Llega el estío, y el cristal apura
del arroyo que corre presuroso;
mas, ¿qué mucho, si el tiempo, codicioso
de sí mismo, tampoco se asegura?
Que hoy eres sol, cristal, ángel, aurora,
ni lo disputo, niego, ni lo extaño;
mas poco ha de durarte, bella Flora;
que el tiempo, con su curso y con su engaño,
ha de trocar la luz que hoy te adora
en sombras, en horror y en desengaño
. NARRATIVA.-
que en el cielo también tan poco dura!
Llega el estío, y el cristal apura
del arroyo que corre presuroso;
mas, ¿qué mucho, si el tiempo, codicioso
de sí mismo, tampoco se asegura?
Que hoy eres sol, cristal, ángel, aurora,
ni lo disputo, niego, ni lo extaño;
mas poco ha de durarte, bella Flora;
que el tiempo, con su curso y con su engaño,
ha de trocar la luz que hoy te adora
en sombras, en horror y en desengaño
. NARRATIVA.-
Fragmentos de la obra del Padre Isla, Historia del famoso predicador fray Gerundio de Campazas, alias Zotes.
Su desgracia
fue que siempre le deparó la suerte maestros estrafalarios y estrambóticos como
el cojo, que en todas las facultades le enseñaban mil sandeces, formándole
desde niño un gusto tan particular a todo lo ridículo, impertinente y extravagante
que jamás hubo forma de quitársele. Y aunque muchas veces se encontró con
sujetos hábiles, cuerdos y maduros que intentaron abrirle los ojos para que
distinguiese lo bueno de lo malo [..,], nunca fue posible apearle de su
capricho: tanta impresión habían hecho en su ánimo los primeros
disparates (...).
De estas veinte y cuatro letras, unas se llaman bocales, y otras
consonantes. Las bocales son cinco: o, e, i, o, u. Llámanse bocales porque se
pronuncian con la boca.
—Pues, ¿acaso las otras, señor maestro —le interrumpió Gerundico con su
natural viveza—, se pronuncian con el cu...? —y díjolo por entero.
Los muchachos se rieron mucho. El cojo se corrió un
poco; pero, tomándolo a gracia, se contentó con ponerse un poco serio,
diciéndole:
—No seas intrépido y déjame acabar lo que iba a decir. Digo pues, que las
bocales se llaman así porque se pronuncian con la boca y puramente con la voz;
pero las consonantes se pronuncian con otras bocales. Esto se explica mejor con
los ejemplos. A, primera vocal, se pronuncia abriendo mucho la boca: a.
Luego que oyó esto Gerundico, abrió su boquita y, mirando a todas partes,
repetía muchas veces:
—a,a,a; tiene razón el señor maestro.
El maestro quiso saber si los demás muchachos habían aprendido también las
importantísimas lecciones que los acababa de enseñar, y mandó que todos a un
tiempo y en voz alta pronunciases las letras que les había explicado. Al punto
se oyó una gritería, una confusión y una algarabía de todos los diantres. Unos
gritaban a, a; otros e. e; otros 1, i; otros o, o. El cojo andaba de banco en
banco, mirando a unos, observando a otros y enmendando a todos: a éste le abría
más las mandíbulas; a aquel se las cerraba un poco; a uno le plegaba los
labios; a otro se los descosía, y en fin, era tal la gritería, la confusión y
la zambra, que parecía la escuela ni más ni menos el coro de la Santa Iglesia de
Toledo en las vísperas de la Expectación.
A Dorila El amor mariposa
¡Cómo se van las horas, Viendo el Amor un día
y tras ellas los días que mil lindas zagalas
y los floridos años huían de él medrosas
de nuestra frágil vida! por mirarle con armas
La vejez luego viene, dicen que de picado
del amor enemiga, les juró la venganza
y entre fúnebres sombras y
una burla les hizo,
la muerte se avecina, como suya, extremada.
fea, informe, amarilla, Tornóse en mariposa,
nos aterra, y apaga los bracitos en alas
nuestros fuegos y dichas. los pies ternezuelos
los ayes nos fatigan, ¡Oh! ¡qué bien que parece!
nos huyen los placeres ¡Oh! ¡qué suelto que vaga,
y deja la alegría. y ante el sol hace alarde
¿para qué, mi Dorila, Ya en el valle se pierde,
son los floridos años ya en una flor se para,
de nuestra frágil vida? ya otra besa festivo
y cantares y risas Las zagalas, al verle,
nos los dieron los cielos, por sus vuelos y gracia
las Gracias los destinan. mariposa le juzgan
Ven, ven, paloma mía,
debajo de estas parras y él la burla y se escapa;
do leve el viento aspira; otra en pos va corriendo,
y mimosas delicias despertando el bullicio
de la niñez gocemos, de tan loca algazara
pues vuela tan aprisa. en sus pechos incautos
la
ternura más grata.
Ya que juntas las mira
súbito
amor se muestra
y
a todas las abrasa.
Mas las alas ligeras
en los hombros por gala
se
guardó el fementido,
y así a todas alcanza.
También de mariposa
le quedó la inconstancia:
llega, hiere, y de un pecho
a
herir otro se pasa.
3.- NEOCLASICISMO
. POESÍA.-
"La poesía es imitación de la naturaleza en lo universal o en lo particular, hecha con versos, para utilidad o para deleite de los hombres, o para uno y otro juntamente" Poética de Ignacio de Luzán (1737)
Fiesta de Toros en Madrid (Fragmento inicial) de Nicolás Fernández de Moratín
Es voz común que a más del mediodía,
Madrid, castillo famoso
que al rey moro alivia el miedo,
arde en fiestas en su coso,
por ser el natal dichoso
de Alimenón de Toledo.
Su bravo alcaide Aliatar,
de la hermosa Zaida amante,
las ordena celebrar,
por si la puede ablandar
el corazón de diamante.
Pasó, vencida a sus ruegos,
desde Aravaca a Madrid.
Hubo pandorgas y fuegos
con otros nocturnos juegos
que dispuso el adalid.
Y en adargas y colores,
en las cifras y libreas,
mostraron los amadores,
y en pendones y preseas,
la dicha de sus amores.
Vinieron las moras bellas
de toda la cercanía,
y de lejos muchas de ellas,
las más apuestas doncellas
que España entonces tenía.
Aja de Getafe vino
y Zahara la de Alcorcón,
en cuyo obsequio muy fino
corrió de un vuelo el camino
el moraicel de Alcabón.
Jarifa de Almonacid,
que de la Alcarria en que habita
llevó a asombrar a Madrid,
su amante Audalla, adalid
del castillo de Zorita.
De Adamuz y la famosa
Meco, llegaron allí
dos, cada cual más hermosa,
y Fátima, la preciosa
hija de Alí el Alcadí.
El ancho circo se llena
de multitud clamorosa
que atiende a ver en su arena
la sangrienta lid dudosa,
y todo en torno resuena.
La bella Zaida ocupó
sus dorados miradores
que el arte afiligranó,
y con espejos y flores
y damascos adornó.
Añafiles y atabales,
con militar armonía,
hicieron salva y señales
de mostrar su valentía
los moros más principales.
No en las vegas de Jarama
pacieron la verde grama
nunca animales tan fieros,
junto al puente que se llama,
por sus peces, de Viveros,
como los que el vulgo vio
ser lidiados aquel día,
y en la fiesta que gozó,
la popular alegría
muchas heridas costó (...)
arde en fiestas en su coso,
por ser el natal dichoso
de Alimenón de Toledo.
Su bravo alcaide Aliatar,
de la hermosa Zaida amante,
las ordena celebrar,
por si la puede ablandar
el corazón de diamante.
Pasó, vencida a sus ruegos,
desde Aravaca a Madrid.
Hubo pandorgas y fuegos
con otros nocturnos juegos
que dispuso el adalid.
Y en adargas y colores,
en las cifras y libreas,
mostraron los amadores,
y en pendones y preseas,
la dicha de sus amores.
Vinieron las moras bellas
de toda la cercanía,
y de lejos muchas de ellas,
las más apuestas doncellas
que España entonces tenía.
Aja de Getafe vino
y Zahara la de Alcorcón,
en cuyo obsequio muy fino
corrió de un vuelo el camino
el moraicel de Alcabón.
Jarifa de Almonacid,
que de la Alcarria en que habita
llevó a asombrar a Madrid,
su amante Audalla, adalid
del castillo de Zorita.
De Adamuz y la famosa
Meco, llegaron allí
dos, cada cual más hermosa,
y Fátima, la preciosa
hija de Alí el Alcadí.
El ancho circo se llena
de multitud clamorosa
que atiende a ver en su arena
la sangrienta lid dudosa,
y todo en torno resuena.
La bella Zaida ocupó
sus dorados miradores
que el arte afiligranó,
y con espejos y flores
y damascos adornó.
Añafiles y atabales,
con militar armonía,
hicieron salva y señales
de mostrar su valentía
los moros más principales.
No en las vegas de Jarama
pacieron la verde grama
nunca animales tan fieros,
junto al puente que se llama,
por sus peces, de Viveros,
como los que el vulgo vio
ser lidiados aquel día,
y en la fiesta que gozó,
la popular alegría
muchas heridas costó (...)
Fábulas de Félix María de Samaniego
Fábula II- La cigarra y la
hormiga
Cantando la Cigarra
pasó el verano entero,
sin hacer provisiones
allá para el invierno;
los fríos la obligaron
a guardar el silencio
y a acogerse al abrigo
de su estrecho
aposento.
Viose desproveída
del precioso sustento:
sin mosca, sin gusano,
sin trigo, sin centeno.
Habitaba la Hormiga
allí tabique en medio,
y con mil expresiones
de atención y respeto
la dijo: «Doña Hormiga,
pues que en vuestro
granero
sobran las provisiones
para vuestro alimento,
prestad alguna cosa
con que viva este
invierno
esta triste cigarra,
que alegre en otro
tiempo,
nunca conoció el daño,
nunca supo temerlo.
No dudéis en prestarme;
que fielmente prometo
pagaros con ganancias,
por el nombre que
tengo.»
La codiciosa hormiga
respondió con denuedo,
ocultando a la espalda
las llaves del granero:
«¡Yo prestar lo que
gano
con un trabajo inmenso!
Dime, pues, holgazana,
¿qué has hecho en el
buen tiempo?»
«Yo, dijo la Cigarra,
a todo pasajero
cantaba alegremente,
sin cesar ni un
momento.»
«¡Hola! ¿conque
cantabas
cuando yo andaba al
remo?
Pues ahora, que yo
como,
baila, pese a tu
cuerpo.»
Fábula VI. La zorra y
las uvas
Es voz común que a más del mediodía,
En ayunas la Zorra iba cazando;
Halla una parra, quédase mirando
De la alta vid el fruto que pendía.
Cansábala mil ansias y congojas
No alcanzar a las uvas con la garra,
Al mostrar a sus dientes la alta parra
Negros racimos entre verdes hojas.
Miró, saltó y anduvo en probaduras,
Pero vio el imposible ya de fijo.
Entonces fue cuando la Zorra dijo:
"No las quiero comer. No están maduras".
No por eso te muestres impaciente,
Si te se frustra, Fabio, algún intento
Aplica bien el cuento,
Y di: No están maduras, frescamente.
Fábulas de Tomás de Iriarte
Os dejo la conocida fábula de El burro flautista de Tomás de Iriarte con esta presentación
realizada por alumnos de segundo de primaria:
. NARRATIVA.-
Benito Jerónimo Feijoo • Teatro crítico universal • Tomo
primero • Discurso XVI
Defensa de las mujeres
§. I
1.
En grave empeño me pongo. No es ya sólo un vulgo ignorante con quien entro en
la contienda: defender a todas las mujeres, viene a ser lo mismo que ofender a
casi todos los hombres: pues raro hay que no se interese en la precedencia de
su sexo con desestimación del otro. A tanto se ha extendido la opinión común en
vilipendio de las mujeres, que apenas admite en ellas cosa buena. En lo moral
las llena de defectos, y en lo físico de imperfecciones. Pero donde más fuerza
hace, es en la limitación de sus entendimientos. Por esta razón, después de
defenderlas con alguna brevedad sobre otros capítulos, discurriré más
largamente sobre su aptitud para todo génerode ciencias, y conocimientos
sublimes
§. IX
57.
Llegamos ya al batidero mayor, que es la cuestión del entendimiento, en la cual
yo confieso, que si no me vale la razón, no tengo mucho recurso a la autoridad;
porque los Autores que tocan esta materia (salvo uno, u otro muy raro), están
tan a favor de la opinión del vulgo, que casi uniformes hablan del
entendimiento de las mujeres con desprecio.
63. Nadie sabe más que aquella facultad que estudia, sin que de aquí se pueda colegir, sino bárbaramente , que la habilidad no se extiende a más que la aplicación. Si todos los hombres se dedicasen a la Agricultura (como pretendía el insigne Tomás Moro en su Utopía) de modo que no supiese otra cosa, ¿sería este fundamento para discurrir que no son los hombres hábiles para otra cosa? Entre los Drusos, Pueblos de la Palestina, son las mujeres las únicas depositarias de las letras, pues casi todas saben leer y escribir, y en fin, lo poco o mucho que hay de literatura de esta gente está archivado en los entendimientos de las mujeres y oculto del todo a los hombre; los cuales solo se dedican a la Agricultura, a la Guerra y a la Negociación. Si en todo el mundo hubiera la misma costumbre tendrían sin duda las mujeres a los hombres por inhábiles para las letras, como hoy juzgan los hombres ser inhábiles a las mujeres. Y como aquel juicio sería sin duda errado, lo es del mismo modo el que ahora se hace, pues procede sobre el mismo fundamento.
66. Lo propio sucede puntualmente en nuestro caso: estáse una
mujer de bellísimo entendimiento dentro de su casa, ocupado el pensamiento todo
el día en el manejo doméstico, sin oír, u oyendo con descuido, si tal vez se
habla delante de ella de materias de superior esfera. Su marido, aunque de muy
inferior talento, trata por afuera frecuentemente, ya con Religiosos sabios, ya
con hábiles políticos, con cuya comunicación adquiere varias noticias, entérase
de los negocios públicos, recibe muchas importantes advertencias. Instruido de
este modo, si alguna vez habla delante de su mujer de aquellas materias, en que
por esta vía cobró un poco de inteligencia, y ella dice algo que le ocurre al
propósito, como, por muy penetrante que sea, estando desnuda de toda
instrucción, es preciso que discurra defectuosamente, hace juicio el marido, y
aun otros, si lo escuchan, de que es una tonta, quedándose él muy satisfecho de
que es un lince.
67. Lo que pasa con esta mujer, pasa con infinitas, que siendo de
muy superior capacidad respecto de los hombres concurrentes, son condenadas por
incapaces de discurrir en algunas materias; siendo así, que el no discurrir, o
discurrir mal depende, no de falta de talento, sino de falta de noticias, sin
las cuales ni aun un entendimiento angélico podrá acertar en cosa alguna; los
hombres entretanto aunque de inferior capacidad, triunfan, y lucen como
superiores a ellas, porque están prevenidos de noticias.
José Cadalso, Cartas Marruecas
Carta XLIV
De Nuño a Gazel, respuesta de la antecedente
(...) El siglo pasado no nos ofrece cosa que pueda lisonjearnos. Se me figura
España desde fin de 1500 como una casa grande que ha sido magnífica y sólida,
pero que por el discurso de los siglos se va cayendo y cogiendo debajo a los
habitantes. Aquí se desploma un pedazo del techo, allí se hunden dos paredes,
más allá se rompen dos columnas, por esta parte faltó un cimiento, por aquélla
se entró el agua de las fuentes, por la otra se abre el piso; los moradores
gimen, no saben dónde acudir; aquí se ahoga en la cuna el dulce fruto del
matrimonio fiel; allí muere de golpes de las ruinas, y aun más del dolor de ver
a este espectáculo, el anciano padre de la familia; más allá entran ladrones a
aprovecharse de la desgracia; no lejos roban los mismos criados, por estar
mejor instruidos, lo que no pueden los ladrones que lo ignoran.
Si esta pintura te parece más poética que verdadera, registra la
historia, y verás cuán justa es la comparación. Al empezar este siglo, toda la
monarquía española, comprendidas las dos Américas, media Italia y Flandes,
apenas podía mantener veinte mil hombres, y ésos mal pagados y peor
disciplinados. Seis navíos de pésima construcción, llamados galeones, y que
traían de Indias el dinero que escapase los piratas y corsarios; seis galeras
ociosas en Cartagena, y algunos navíos que se alquilaban según las urgencias
para transporte de España a Italia, y de Italia a España, formaban toda la
armada real. Las rentas reales, sin bastar para mantener la corona, sobraban
para aniquilar al vasallo, por las confusiones introducidas en su cobro y
distribución. La agricultura, totalmente arruinada, el comercio, meramente
pasivo, y las fábricas, destruidas, eran inútiles a la monarquía. Las ciencias
iban decayendo cada día. Introducíanse tediosas y vanas disputas que se
llamaban filosofía; en la poesía admitían equívocos ridículos y pueriles; el
Pronóstico, que se hacía junto con el Almanak, lleno de insulseces de
astrología judiciaria, formaba casi toda la matemática que se conocía; voces
hinchadas y campanudas, frases dislocadas, gestos teatrales iban apoderándose
de la oratoria práctica y especulativa. Aun los hombres grandes que produjo
aquella era solían sujetarse al mal gusto del siglo, como hermosos esclavos de
tiranos feísimos. ¿Quién, pues, aplaudirá tal siglo?
Pero ¿quién no se envanece si se habla del siglo anterior, en que todo
español era un soldado respetable? Del siglo en que nuestras armas conquistaban
las dos Américas y las islas de Asia, aterraban a África e incomodaban a toda
Europa con ejércitos pequeños en número y grandes por su gloria, mantenidos en
Italia, Alemania, Francia y Flandes, y cubrían los mares con escuadras y
armadas de navíos, galeones y galeras; del siglo en que la academia de
Salamanca hacía el primer papel entre las universidades del mundo; del siglo en
que nuestro idioma se hablaba por todos los sabios y nobles de Europa. ¿Y quién
podrá tener voto en materias críticas, que confunda dos eras tan diferentes,
que parece en ellas la nación dos pueblos diversos? (...)
La predilección con que se suele hablar de todas las cosas antiguas, sin
distinción de crítica, es menos efecto de amor hacia ellas que de odio a
nuestros contemporáneos. Cualquiera virtud de nuestros coetáneos nos ofende
porque la miramos como un fuerte argumento contra nuestros defectos; y vamos a
buscar las prendas de nuestros abuelos, por no confesar las de nuestros
hermanos, con tanto ahínco que no distinguimos al abuelo que murió en su cama,
sin haber salido de ella, del que murió en campaña, habiendo vivido siempre
cargado con sus armas; ni dejamos de confundir al abuelo nuestro, que no supo
cuántas leguas tiene un grado geográfico, con los Álavas y otros, que
anunciaron los descubrimientos matemáticos hechos un siglo después por los
mayores hombres de aquella facultad. Basta que no les hayamos conocido, para
que los queramos; así como basta que tratemos a los de nuestros días, para que
sean objeto de nuestra envidia o desprecio (...)
. TEATRO NEOCLÁSICO.-
Fragmento de El sí de las niñas de Leandro Fernández de Moratín:
DOÑA FRANCISCA.- Haré lo que mi madre me manda, y me casaré con usted.
DON DIEGO.- ¿Y después, Paquita?
DOÑA FRANCISCA.- Después... y mientras me dure la vida, seré mujer de bien.
DON DIEGO.- Eso no lo puedo yo dudar... Pero si usted me considera como el que ha de ser hasta la muerte su compañero y amigo, dígame usted, estos títulos, ¿no me dan algún derecho para merecer de usted mayor confianza?¿No he de lograr que usted me diga la causa de su dolor? Y no para satisfacer una impertinente curiosidad, sino para emplear método en su consuelo, en mejorar su suerte, en hacerla dichosa, si mi conato y mis diligencias pudiesen tanto.
DOÑA FRANCISCA.- ¡Dichas para mí!...Ya se acabaron.
DON DIEGO.- ¿Por qué?
DOÑA FRANCISCA.- Nunca diré por qué.
DON DIEGO.- Pero ¡qué obstinado, qué imprudente silencio!... Cuando usted misma debe presumir que no estoy ignorante de lo que hay.
DOÑA FRANCISCA.- Si usted lo ignora, señor don Diego, por Dios no finja que lo sabe; y si en efecto, lo sabe usted, no me lo pregunte.
DON DIEGO.- Bien está. Una vez que no hay nada que decir, que esa aflicción y esas lágrimas son voluntarias, hoy llegaremos a Madrid, y dentro de ocho días será usted mi mujer.
DOÑA FRANCISCA.- Y daré gusto a mi madre.
DON DIEGO.- Y vivirá usted infeliz.
DOÑA FRANCISCA.- Ya lo sé.
DON DIEGO.- Ve aquí los frutos de la educación. Esto es lo que se llama criar bien a una niña: enseñarla que desmienta y oculte las pasiones más inocentes con una pérfida disimulación. Las juzgan honestas luego que las ven instruidas en el arte de callar y mentir. Se obstinan en que el temperamento, la edad ni el genio no han de tener influencia alguna en sus inclinaciones, o en que su voluntad ha de torcerse al capricho de quien las gobierna. Todo se las permite, menos la sinceridad. Con tal que no digan lo que sienten, con tal que finjan aborrecer lo que más desean, con tal que se presten a pronunciar cuando se lo manden un sí perjuro, sacrílego, origen de tantos escándalos, ya están bien criadas, y se llama excelente educación la que inspira en ellas el temor, la astucia y el silencio de un esclavo.
4.- PRERROMANTICISMO
. POESÍA:
Mi paseo solitario en primavera (Fragmento inicial) de Nicasio Álvarez Cienfuegos.
Dulce Ramón, en tanto que,
dormido
a la voz maternal de primavera,
vagas errante entre el insano
estruendo
del cortesano mar siempre
agitado,
yo, siempre herido de amorosa
llama,
busco la soledad y en su silencio
sin esperanza mi dolor exhalo.
Tendido allí sobre la verde
alfombra
de grama y trébol, a la sombra
dulce
de una nube feliz que marcha
lenta,
con menudo llover regando el
suelo,
late mi corazón, cae y se clava
en el pecho mi lánguida cabeza,
y por mis ojos violento rompe
el fuego abrasador que me devora.
Todo despareció; ya nada veo
ni siento sino a mí, ni ya la
mente
puede enfrenar la rápida carrera
de la imaginación que, en un
momento,
de amores en amores va arrastrando
mi ardiente corazón, hasta que
prueba
en cuántas formas el amor recibe
toda su variedad y sentimientos.
Ya me finge la mente enamorado
de una hermosa virtud: ante mis
ojos
está Clarisa; el corazón palpita
a su presencia: tímido, no puede
el labio hablarla; ante sus pies
me postro,
y con el llanto mi pasión
descubro.
Ella suspira y, con silencio
amante,
jura en su corazón mi amor
eterno;
y llora y lloro, y en su faz
hermosa
el labio imprimo, y donde toca
ardiente
su encendido color blanquea en
torno...
Tente, tente, ilusión... Cayó la
venda
que me hacía feliz; un cefirillo
de repente voló, y al son del ala
voló también mi error idolatrado.
Torno ¡mísero! en mí, y hállome
solo,
llena el alma de amor y desamado
entre las flores que el abril
despliega,
y allá sobre un amor lejos oyendo
del primer ruiseñor el nuevo
canto.
¡Oh mil veces feliz, pájaro
amante,
que naces, amas, y en amando
mueres!
Esta es la ley que, para ser
dichosos,
dictó a los seres maternal
natura.
¡Vivificante ley! el hombre
insano,
el hombre solo en su razón
perdido
olvida tu dulzor, y es infelice (...)
Las noches lúgubres de José Cadalso
Noche Primera.-
Noche Primera.-
TEDIATO y un SEPULTURERO
Diálogo
Diálogo
TEDIATO.- ¡Qué noche! La oscuridad, el silencio pavoroso, interrumpido por los
lamentos que se oyen en la vecina cárcel, completan la tristeza de mi corazón.
El cielo también se conjura contra mi quietud, si alguna me quedara. El nublado
crece. La luz de esos relámpagos..., ¡qué horrorosa! Ya truena. Cada trueno es
mayor que el que le antecede, y parece producir otro más cruel. El sueño, dulce
intervalo en las fatigas de los hombres, se turba. El lecho conyugal, teatro de
delicias; la cuna en que se cría la esperanza de las casas; la descansada cama
de los ancianos venerables; todo se inunda en llanto..., todo tiembla. No hay
hombre que no se crea mortal en este instante... ¡Ay, si fuese el último de mi
vida, cuán grato sería para mí! ¡Cuán horrible ahora! ¡Cuán horrible! Más lo
fue el día, el triste día que fue causa de la escena en que ahora me hallo.
Lorenzo no viene. ¿Vendrá, acaso?
¡Cobarde! ¿Le espantará este aparato que Naturaleza le ofrece? No ve lo
interior de mi corazón... ¡Cuánto más se horrorizaría! ¿Si la esperanza del
premio le traerá? Sin duda..., el dinero... ¡Ay, dinero, lo que puedes! Un
pecho sólo se te ha resistido... Ya no existe... Ya tu dominio es absoluto...
Ya no existe el solo pecho que se te ha resistido.
Las dos están al caer... Ésta es la
hora de cita para Lorenzo... ¡Memoria! ¡Triste memoria! ¡Cruel memoria! Más
tempestades formas en mi alma que nubes en el aire. También ésta es la hora en
que yo solía pisar estas mismas calles en otros tiempos muy diferentes de
éstos. ¡Cuán diferentes! Desde aquélla a éstos todo ha mudado en el mundo;
todo, menos yo.
¿Si será de Lorenzo aquella luz
trémula y triste que descubro? Suya será. ¿Quién sino él, y en este lance, y
por tal premio, saldría de su casa? Él es. El rostro pálido, flaco, sucio,
barbado y temeroso; el azadón y pico que trae al hombro, el vestido lúgubre,
las piernas desnudas, los pies descalzos, que pisan con turbación; todo me
indica ser Lorenzo, el sepulturero del templo, aquel bulto, cuyo encuentro
horrorizaría a quien le viese. Él es, sin duda; se acerca; desembózome, y le
enseño mi luz. Ya llega. ¡Lorenzo! ¡Lorenzo!
LORENZO.- Yo soy. Cumplí mi palabra.
Cumple ahora tú la tuya: ¿el dinero que me prometiste?
TEDIATO.- Aquí está. ¿Tendrás valor
para proseguir la empresa, como me lo has ofrecido?
LORENZO.- Sí; porque tú también pagas
el trabajo.
TEDIATO.- ¡Interés, único móvil del
corazón humano! Aquí tienes el dinero que te prometí. Todo se hace fácil cuando
el premio es seguro; pero el premio es justo una vez ofrecido.
LORENZO.- ¡Cuán pobre seré cuando me
atreví a prometerte lo que voy a cumplir! ¡Cuánta miseria me oprime! Piénsala
tú, y yo... harto haré en llorarla. Vamos.
TEDIATO.- ¿Traes la llave del templo?
LORENZO.- Sí; ésta es.
TEDIATO.- La noche es tan oscura y
espantosa.
LORENZO.- Y tanto, que tiemblo y no
veo.
TEDIATO.- Pues dame la mano y sigue;
te guiaré y te esforzaré.
LORENZO.- En treinta y cinco años que
soy sepulturero, sin dejar un solo día de enterrar alguno o algunos cadáveres,
nunca he trabajado en mi oficio hasta ahora con horror.
TEDIATO.- Es que en ella me vas a ser
útil; por eso te quita el cielo la fuerza del cuerpo y del ánimo. Ésta es la
puerta.
LORENZO.- ¡Que tiemble yo!
TEDIATO.- Anímate... Imítame.
LORENZO.- ¿Qué interés tan grande te
mueve a tanto atrevimiento? Paréceme cosa difícil de entender.
TEDIATO.- Suéltame el brazo. Como me
lo tienes asido con tanta fuerza, no me dejas abrir con esta llave... Ella
parece también resistirse a mi deseo... Ya abre, entremos.
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