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lunes, 27 de enero de 2014

EL ESPERPENTO

Ramón María del Valle-Inclán partió del Modernismo musical y elegante de las Sonatas a una literatura más crítica basada en la distorsión con la creación del esperpento. A continuación, tenéis la escena XII de Luces de Bohemia en la que Valle define el esperpento como una técnica literaria basada en la deformación de la realidad, ya que los personajes heroicos resultan grotescos cuando se ven reflejados en los espejos deformantes de "el callejón del Gato".

MAX.-Los ultraístas son unos farsantes. El esperpentismo lo ha inventado Goya. Los héroes clásicos han ido a pasearse en el callejón del Gato.
DON LATINO.- ¡Estás completamente curda!
MAX.-Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento. El sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada.
DON LATINO.-¡Miau! ¡Te estás contagiando!
MAX.-España es una deformación grotesca de la civilización europea. 
DON LATINO.-¡Pudiera! Yo me inhibo.
MAX.-Las imágenes más bellas en un espejo cóncavo son absurdas.
DON LATINO.-Conforme. Pero a mí me divierte mirarme en los espejos de la calle del Gato.
MAX.-Y a mí. La deformación deja de serlo cuando está sujeta a una matemática perfecta. Mi estética actual es transformar con matemática de espejo cóncavo las normas clásicas.
DON LATINO.- ¡Eres genial! ¡Me quito el cráneo!
MAX.-Latino, deformemos la expresión en el mismo espejo que nos deforma las caras y toda la vida miserable de España.
DON LATINO.-Nos mudaremos al callejón del Gato.

Para conocer más sobre esta calle madrileña, sus famosos espejos y la obra de Valle-Inclán pincha en Madrid a fondo:

Por último, señalar que un experimento de poesía esperpéntica lo tenemos en su obra La pipa de kif (1919) de la que os dejo como muestra el poema "Fin de carnaval" en el que se presenta de forma grotesca el ritual del entierro de la sardina:

                                                                   Es Miércoles de Ceniza.
Fin de Carnaval.
Tarde de lluvia inverniza
Reza el Funeral (...)

Los pingos de Colombina
Derraman su olor
De pacholí y sobaquina.
¡Y vaya calor!

Un Pierrot junta en la tasca
Su blanco de zin,
Con la pintada tarasca
De blanco y carmín.

Al pie de un farol, sus flores
Abre el pañolón
De la chula: Sus colores
Alegrías son.

¡Cómo la moza garbea
Y mueve el pay-pay!
¡Cómo sus flecos ondea
En el guirigay!

El curdela narigudo
Blande un escobón:
-Hollín, chistera, felpudo,
Nariz de cartón-.

En el arroyo da el curda
Su grito soez,
Y otra destrozona absurda
Bate un almirez.

Latas, sartenes, calderos,
Pasan en ciclón:
La luz se tiende a regueros
Sobre el pelotón.

Y bajo el foco de Volta,
Da cita el Marqués
A un soldado de la Escolta,
¡Talla de seis pies!

Juntan su hocico los perros
En la oscuridad:
Se lamentan de los yerros
De la Humanidad.

Por la tarde gris y fría
Pasa una canción
Triste. La melancolía
De un acordeón.

Los faroles de colores
Prende el vendaval.
Vierte el confetti sus flores
En el lodazal.

Absurda tarde. Macabra
Mueca de dolor.
Se ha puesto el Pata de Cabra
Mitra de Prior.

Incerteza vespertina,
Lluvia y vendaval:
Entierro de la sardina,
Fin de Carnaval.


TEXTOS DEL 98: AZORÍN Y BAROJA


                   

"No puede ver el mar la solitaria y melancólica Castilla. Está muy lejos el mar de estas campiñas llanas, rasas, yermas, polvorientas; de estos barrancales pedregosos; de estos terrazgos rojizos, en que los aluviones torrenciales han abierto hondas mellas; mansos alcores y terreros, desde donde se divisa un caminito que va en zigzag hasta un riachuelo.

 Las auras marinas no llegan hasta esos poblados pardos de casuchas deleznables, que tienen un bosquecillo de chopos junto al ejido. Desde la ventana de este sobrado, en lo alto de la casa, no se ve la extensión azul y vagarosa; se columbra allá en una colina con los cipreses rígidos, negros, a los lados, que destacan sobre el cielo límpido. A esta olmeda que se abre a la salida de la vieja ciudad no llega el rumor rítmico y ronco del oleaje; llega en el silencio de la mañana, en la paz azul del mediodía, el cacareo metálico, largo, de un gallo, el golpear sobre el yunque de una herrería.


 Estos labriegos secos, de faces polvorientas, cetrinas, no contemplan el mar; ven la llanada de las mieses, miran sin verla la largura monótona de los surcos en los bancales. Estas viejecitas de luto, con sus manos pajizas, sarmentosas, no encienden cuando llega el crepúsculo una luz ante la imagen de una Virgen que vela por los que salen en las barcas; van por las callejas pinas y tortuosas a las novenas, miran al cielo en los días borrascosos y piden, juntando sus manos, no que se aplaquen las olas, sino que las nubes no despidan granizos asoladores. " Castilla (Fragmento)

                        

Tenía Andrés cierta ilusión por el nuevo curso, iba a estudiar Fisiología y creía que el estudio de las funciones de la vida le interesaría tanto o más que una novela; pero se engañó, no fue así. 
Primeramente el libro de texto era un libro estúpido, hecho con recortes de obras francesas y escrito sin claridad y sin entusiasmo, leyéndolo no se podía formar una idea clara del mecanismo de la vida [..] Luego, el catedrático era hombre sin ninguna afición a lo que explicaba [..] 


Era imposible que con aquel texto y aquel profesor llegara nadie a sentir el deseo de penetrar en la ciencia de la vida. [..] Hurtado tuvo una verdadera decepción. Era indispensable tomar la Fisiología como todo lo demás, sin entusiasmo, como uno de los obstáculos que salvar para concluir la carrera". El árbol de la ciencia.

domingo, 26 de enero de 2014

TEXTOS DE MIGUEL DE UNAMUNO

   Para Unamuno, el gran tema de la filosofía es “el hombre de carne y hueso”, con sus angustias y sus contradicciones.  Él mismo se definió como un hombre siempre en lucha consigo mismo, “la paz es mentira”, solía decir. En el siguiente fragmento perteneciente a su obra Del sentimiento trágico de la vida (1913) nos habla de su contradicción íntima:   

  “Varias veces, en el errabundo curso de estos ensayos, he definido, a pesar de mi horror a las definiciones, mi propia posición frente al problema que vengo examinando, pero sé que no faltará nunca el lector, insatisfecho, educado en un dogmatismo cualquiera, que se dirá: "Este hombre no se decide, vacila; ahora parece afirmar una cosa, y luego la contraria: está lleno de contradicciones; no le puedo encasillar; "¿qué es?". Pues eso, uno que afirma contrarios, un hombre de contradicción y de pelea, como de sí mismo decía Job: uno que dice una cosa con el corazón y la contraria con la cabeza, y que hace de esta lucha su vida. Más claro, ni el agua que sale de la nieve de las cumbres.
Se me dirá que ésta es una posición insostenible, que hace falta un cimiento en que cimentar nuestra acción y nuestras obras, que no cabe vivir en contradicciones, que la unidad y la claridad son condiciones esenciales de la vida y del pensamiento, y que se hace preciso unificar éste. Y seguimos siempre en lo mismo. Porque es la contradicción íntima precisamente lo que unifica mi vida, le da razón práctica de ser.
        O más bien es el conflicto mismo, es la misma apasionada incertidumbre lo que unifica mi acción y me hace vivir y obrar”.

  Esa lucha de contradicciones íntimas le hizo reflexionar mucho sobre el sentido de la vida humana y unido a esta preocupación se encuentra uno de los grandes temas de su vida y de obra: el problema de Dios y de la inmortalidad. Sobre este tema se debatió sin cesar, entre la dudas de la existencia de Dios y el deseo de su existencia. Leed con atención “La oración del ateo”,  en la que encontramos a un Unamuno que desea creer en Dios, ya que la existencia de Dios haría posible su propia inmortalidad:

Oye mi ruego Tú, Dios que no existes,
y en tu nada recoge estas mis quejas,
Tú que a los pobres hombres nunca dejas
sin consuelo de engaño. No resistes

a nuestro ruego y nuestro anhelo vistes.
Cuando Tú de mi mente más te alejas,
más recuerdo las plácidas consejas
con que mi ama endulzóme noches tristes.

¡Qué grande eres, mi Dios! Eres tan grande
que no eres sino Idea; es muy angosta
la realidad por mucho que se expande

para abarcarte. Sufro yo a tu costa,
Dios no existente, pues si Tú existieras
existiría yo también de veras. 





Esta preocupación existencial aparece también en las novelas unamunianas. A continuación, os dejo un fragmento del capítulo XXXI de Niebla (1914) en el que el protagonista de la obra, Augusto, decide suicidarse pero no puede hacerlo porque es sólo un ente de ficción creado por Unamuno. Observad la conversación que mantienen el autor y su personaje:

––“¡No, no te muevas! ––le ordené.
––Es que... es que... ––balbuceó.
––Es que tú no puedes suicidarte, aunque lo quieras.
––¿Cómo? ––exclamó al verse de tal modo negado y contradicho.
––Sí. Para que uno se pueda matar a sí mismo, ¿qué es menester? ––le pregunté.
––Que tenga valor para hacerlo ––me contestó.
––No ––le dije––, ¡que esté vivo!
––¡Desde luego!
––¡Y tú no estás vivo!
––¿Cómo que no estoy vivo?, ¿es que me he muerto?  ––y   empezó, sin darse clara cuenta de lo que hacía, a palparse a sí mismo.
––¡No, hombre, no!  ––le repliqué––. Te dije antes que no estabas ni despierto ni dormido, y ahora te digo que no estás ni muerto ni vivo.
––¡Acabe usted de explicarse de una vez, por Dios!, ¡acabe de explicarse!  ––me suplicó consternado––, porque son tales las cosas que estoy viendo y oyendo esta tarde, que temo volverme loco.
––Pues bien; la verdad es, querido Augusto  ––le dije con la más dulce de mis voces––, que no puedes matarte porque no estás vivo, y que no estás vivo, ni tampoco muerto, porque no existes...
––¿Cómo que no existo? ––––exclamó.
––No, no existes más que como ente de ficción; no eres, pobre Augusto, más que un producto de mi fantasía y de las de aquellos de mis lectores que lean el relato que de tus fingidas venturas y malandanzas he escrito yo; tú no eres más que un personaje de novela, o de nivola, o como quieras llamarle. Ya sabes, pues, tu secreto.
Al oír esto quedóse el pobre hombre mirándome un rato con una de esas miradas perforadoras que parecen atravesar la mira a  ir más allá, miró luego un momento a mi retrato al óleo que preside a mis libros, le volvió el color y el aliento, fue recobrándose, se hizo dueño de sí, apoyó los codos en mi camilla, a que estaba arrimado frente a mí y, la cara en las palmas de las manos y mirándome con una sonrisa en los ojos, me dijo lentamente:
––Mire usted bien, don Miguel... no sea que esté usted equivocado y que ocurra precisamente todo lo contrario de lo que usted se cree y me dice.
––Y ¿qué es lo contrario? ––le pregunté alarmado de verle recobrar vida propia.
––No sea, mi querido don Miguel  ––añadió––, que sea usted y no yo el ente de ficción, el que no existe en realidad, ni vivo, ni muerto... No sea que usted no pase de ser un pretexto para que mi historia llegue al mundo...”

  Otro de los grandes temas unamunianos es la preocupación por España, lo que le llevaría a una meditación sobre su historia, sus gentes y sus tierras.  En su colección de ensayos En torno al casticismo nos ofrece su visión de Castilla, una visión subjetiva en la que el autor vierte sus sentimientos en el paisaje castellano. En esta obra, Unamuno  define su concepto de “intrahistoria”:

“Las olas de la historia, con su rumor y su espuma que reverbera al sol, ruedan sobre un mar continuo, hondo, inmensamente más hondo que la capa que ondula sobre un mar silencioso y a cuyo último fondo no llega el sol. Todo lo que cuentan a diario los periódicos, la historia toda del «presente momento histórico», no es sino la superficie del mar, una superficie que se hiela y cristaliza en los libros y registros, y una vez cristalizada así, una capa dura, no mayor con respecto a la vida intrahistórica que esta pobre corteza en que vivimos con relación al inmenso foco ardiente que lleva dentro. Los periódicos nada dicen de la vida silenciosa de los millones de hombre sin historia que a todas horas del día y en todos los países del globo se levantan a una orden del sol y  van a sus campos a proseguir la oscura y silenciosa labor cotidiana y eterna, esa labor que como la de las madréporas suboceánicas echa las bases sobre que se alzan los islotes de la historia. Sobre el silencio augusto, decía, se apoya y vive el sonido; sobre la inmensa humanidad silenciosa se levantan los que meten bulla en la historia. Esa vida intrahistórica, silenciosa y continua como el fondo mismo del mar, es la sustancia del progreso, la verdadera tradición, la tradición eterna, no la tradición mentira que suele ir a buscar al pasado enterrado en los libros y papeles, y monumentos, y piedras”.

Su amor por España es inmenso y de él fue la famosa expresión de “Me duele España”.  Como otros autores del 98, Unamuno toma como símbolo de España las tierras castellanas, como se aprecia en este conocido poema unamuniano:

Tú me levantas, tierra de Castilla
en la rugosa palma de tu mano,
                                                           al cielo que te enciende y te refresca,
                                                           al cielo, tu amo.

Tierra nervuda, enjuta, despejada,
madre de corazones y de brazos,
toma el presente en ti viejos colores
  del noble antaño.

Con la pradera cóncava del cielo
lindan en torno tus desnudos campos,
tiene en ti cuna el sol y en ti sepulcro
  y en ti santuario.

Es todo cima tu extensión redonda
y en ti me siento al cielo levantado,
aire de cumbre es el que se respira
      aquí, en tus páramos.

¡Ara gigante, tierra castellana,
a ese tu aire soltaré mis cantos,
si te son dignos bajarán al mundo
    desde lo alto!